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Cada generación tiene su propio hundimiento bursátil, que además suele ser la antesala de una recesión global, o a lo peor de una depresión profunda. En el imaginario popular han quedado grabados a fuego el crash de 1929 y el lunes negro de 1987, en los que el veneno de la desconfianza provocó desplomes espectaculares en los mercados y acabó teniendo consecuencias devastadoras sobre el resto de la economía. Hay que conocer la historia para escapar de ella: la semana que culminaron ayer los mercados mundiales es peor incluso que las peores semanas de los meses de octubre de 1929 y 1987. En algunos aspectos, peor que ningún otro crash, a la espera de que los países más ricos, reunidos en Washington en un G-7 que se adivina clave, encuentren la varita mágica para salir del túnel.
La crisis es más profunda que nunca, porque afecta a varios mercados
El Dow Jones mitigó la caída con la esperanza de una solución del G-7
En una jornada de grandes vaivenes, Wall Street estuvo ayer unos minutos en caída libre, los posteriores a una apertura demoledora. El día anterior se había desplomado víctima del miedo, de los recelos, de la incertidumbre en el sistema financiero que ha desembocado en un ataque de pánico sensacional. Los planes de emergencia de las autoridades políticas y de los grandes bancos centrales no consiguen detener la sangría: bastaron esas dos referencias procedentes de Nueva York para que el pánico corriera como la pólvora por todos los rincones del globo: Tokio, Londres y Madrid se despeñaron un 9%.
El Dow Jones se situó a niveles de 10 años atrás, aunque a última hora experimentó una recuperación espectacular que permite vislumbrar cierta esperanza a partir de la próxima semana. De nuevo la intervención estatal: la Administración Bush aseguró que la quiebra de Lehman no provocará grandes quebrantos a la banca.
Pero eso fue a última hora. A lo largo de la jornada, Wall Street llegó a perder hasta el 8% y sembró el miedo en los inversores. Varios parqués -tan alejados como Rusia, Tailandia, Austria, Rumania, Brasil e Islandia- cerraron sus puertas o suspendieron durante unas horas la cotización.
Los desplomes fueron la tónica de la jornada en todo el mundo, en un derrumbe en cascada que coronó la peor semana bursátil que se recuerda.
Pero no es sólo una cuestión de las Bolsas, habituadas a sobreactuar para bien o para mal. Hay más. El mercado interbancario no existe, con el sistema financiero al borde del colapso. Los mercados de bonos públicos -y sobre todo, privados-, las materias primas y el petróleo cerraron también una semana de pesadilla, un crash en cascada.
La crisis financiera es más profunda que ninguna otra porque afecta a varios mercados (Bolsas, interbancario, divisas, bonos y un largo etcétera) y es más internacional que nunca. Y la economía real -es decir, todo el entramado no financiero- empieza a sufrir: los tres grandes grupos automovilísticos de Detroit amenazan ruina, según Standard & Poor's, y la General Motors tuvo incluso que salir ayer al paso de las informaciones que aseguraban que iba a declararse en bancarrota. Los bancos están en el origen y son el epicentro de las turbulencias, pero el contagio ha llegado a la construcción y a la industria en muchos países. Incluido España.
Como fichas de dominó, los desplomes bursátiles se iniciaron en Australia, barrieron los mercados asiáticos y después los europeos y latinoamericanos, arrastrados por los primeros minutos de Wall Street, que cedió un 8% en la apertura y a una hora del cierre se dejaba aún más del 5%, aunque al final perdió poco más del 1%. Los principales parqués europeos llegaron a caer más del 10% a media sesión, pese a las nuevas inyecciones de liquidez de los bancos centrales en Europa y Japón. El petróleobrent -de referencia en Europa- bajó a plomo, hasta los 73 dólares por barril, lastrado por la amenaza de recesión y los temores sobre una acusada caída de la demanda. Sólo el cierre de Wall Street escapó al pánico generalizado en los mercados.
Las acciones de los grandes Gobiernos no surten efecto, de momento. Las declaraciones tampoco, y en algunos casos incluso acentúan los números rojos. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, advirtió el jueves de que puede haber nuevas quiebras de bancos. El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, sugirió ayer la posibilidad de cerrar las grandes Bolsas. El presidente estadounidense, George W. Bush, acusó a la "incertidumbre y el miedo" del colapso. "Podemos resolver la crisis y devolver la estabilidad a los mercados, y lo haremos", prometió. Tras esas afirmaciones, Wall Street, que había logrado reducir al mínimo las pérdidas, volvió a retroceder con fuerza, hasta el inesperado rebote final.
Las voces más influyentes de la economía mundial claman por un golpe de efecto del G-7, convertido casi en la última bala para evitar que la situación caótica en los mercados arrastre a la economía. El G-7 "debe hacer algo pronto o será el peor desplome desde la Gran Depresión", escribía ayer el economista Paul Krugman en The New York Times. "Además de un cambio radical en el liderazgo económico, debe haber acciones políticas radicales y coordinadas entre las economías avanzadas y emergentes para evitar el desastre", explicó a Bloomberg Nouriel Roubini, que hace dos años fue uno de los pocos expertos que se atrevieron a predecir la crisis.
Incluso el oráculo de las Bolsas durante los últimos años, Alan Greenspan -señalado ahora como el gran causante de los problemas por su política monetaria al frente de la Reserva Federal- afirmó que los inversores sólo "volverán a tomar riesgos" en torno al primer semestre de 2009, cuando se estabilice el mercado inmobiliario. Y para ello es necesaria una acción decidida del G-7, coinciden los expertos. "La crisis demuestra que los mercados no funcionan muy bien solos", resumió el Nobel Joseph Stiglitz.
Las circunstancias excepcionales en las que está sumida la economía mundial duran ya 14 meses. El reventón de la burbuja inmobiliaria norteamericana desató la crisissubprime, con una gran incertidumbre sobre el alcance y la duración del episodio que entonces se iniciaba.
Al principio, las dificultades se circunscribían a un puñado de fondos de inversión e instituciones financieras, pero con el paso de los meses se han sucedido, sin solución de continuidad, nacionalizaciones, quiebras, intervenciones de entidades, creación de nuevos esquemas de garantías para inversores y limitaciones importantes de prácticas de mercado, como las ventas a la baja de acciones.
EE UU puso en marcha un plan de rescate multimillonario, a los que han seguido medidas similares en Europa. Pero la situación sigue sin normalizarse. "Las condiciones financieras se han endurecido, y la crisis se transmite así a la economía real", explicó ayer José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney. "Las Bolsas pueden bajar o subir mucho en un día, pero el auténtico problema es el colapso financiero y sus efectos sobre la economía", afirmó Díez.
La Bolsa española cerró con una caída del 9,1%, que eleva las pérdidas semanales al 21%. Como en otros países, el plan de rescate financiero no impidió que los grandes bancos (Santander y BBVA) cayeran un 12%. Al margen del peligro de recesión mundial y de los problemas domésticos en la construcción, los problemas recientes de América Latina -que hasta ahora había capeado bien el temporal- perjudican a las grandes empresas españolas. Brasil y México salieron ayer, otra vez, a defender sus monedas.
Los analistas bursátiles no son optimistas a corto plazo. "En una situación de pánico, de nada sirven los fundamentales, la espiral arrastra a todos los valores", explicó desde Londres Juergen Michels, de Citi.
En octubre de 1929, el pánico suicida en los mercados financieros acabó contagiando al resto de la economía, que se sumió en una gran depresión por la falta de reacción de los Gobiernos. A diferencia de entonces, tanto EE UU como los grandes Gobiernos de la eurozona y los bancos centrales de todo el mundo han empezado a reaccionar, pese a la falta de coordinación y a las dudas sobre algunas medidas de emergencia. La llave de la situación está ahora en manos del G-7. "Prepárense para un súper bazuca", vaticinaban los analistas de Citigroup.