El año en que Sarkozy pasó del cielo al infierno
J. M. MARTÍ FONT - París - 05/05/2008
Nicolas Sarkozy cumple mañana un año desde que fue elegido presidente de Francia con un 53% de los votos frente a la socialista Ségolène Royal. El balance: éxito en lo privado, aunque sólo en la última etapa; y en lo público, caída libre. La noche del triunfo, la que entonces era su esposa, Cécilia Ciganer, que ni se había molestado en ir a votar por su marido, fue la encargada de organizar una cena para un público en cuya selección ella tuvo mucho que ver, en uno de los restaurantes más lujosos de París: Fouquet's, en un palacete de los Campos Elíseos. Más que a políticos y personalidades de la vida pública, reunió a ricos millonarios del estilo de Arnaud Lagardère y Vincent Bolloré, junto a estrellas de la farándula como Johnny Hallyday. Era el anticipo del estilo ostentoso que llegaba al palacio del Elíseo.
Los franceses, incluso los que no le votaron, se rindieron a sus pies, hipnotizados por la hiperactividad de un personaje de quien esperaban milagros, incluidos los que había prometido durante su campaña: más dinero. Dicho políticamente, un aumento del poder adquisitivo. Durante la primavera y el verano de 2007 su popularidad creció como la espuma alcanzando cotas desconocidas, que en el mes de septiembre rozaban el 70%.
Pero acabó el verano y llegaron las rebajas. Desde entonces está en caída libre; su imagen, lastrada por la exhibición de su vida privada, está hecha añicos. El pasado 28 de abril batía todos los récords de impopularidad de un presidente francés en su primer año en el poder: el sondeo del instituto BVA le daba tan sólo un 32% de opiniones favorables, una caída de ocho puntos en un mes. Un 65% de los franceses considera que no ha cumplido sus promesas de la campaña electoral; un 50%, que es poco creíble; un 48%, que la situación económica se ha deteriorado con él; un 80%, que "habló demasiado" de su vida privada al comienzo de su mandato. De nada había servido su intento, el 24 de abril, de reconocer humildemente sus errores durante 90 minutos en televisión.
Las semillas del desplome ya estaban plantadas cuando llegó al Elíseo. Acabada la campaña electoral, el desamor que le profesaba Cécilia se hizo insoportablemente evidente. Durante el verano sucedieron dos cosas: en lo personal, su esposa quería el divorcio para volver con su amante, Richard Attias. En lo político, comenzaba a estallar la crisis financiera. El panorama económico echaba abajo todos los cálculos que su equipo había hecho para impulsar el crecimiento en Francia. El problema de su vida privada le explotó en las manos cuando, forzado y a regañadientes, aceptó en octubre concederle el divorcio a Cécilia. El problema económico encendió la espiral del descontento popular.
Los sindicatos, crecidos, decidieron plantar cara a la reforma de las pensiones especiales, esos privilegios de un colectivo de funcionarios entre los que están los trabajadores del transporte público. Fue la señal para que cualquier grupo o gremio mínimamente afectado por un cambio se cerrara a cualquier reforma. Sarkozy, maestro en manipular los medios de comunicación, intentó entonces crear cortinas de humo mostrando su vida privada, lo que le sirvió también para reivindicar su hombría malherida tras el divorcio. Los franceses descubrieron a la nueva novia del presidente, Carla Bruni, la top-model reconvertida en cantante.
Y entró en una deriva de adolescente inseguro. Las imágenes de la pareja viajando por Egipto y Jordania, sus gafas de sol estilo aviador y sus relojes Rolex configuraron una exhibición de poder y dinero que se desparramó por los medios de comunicación, rompiendo definitivamente el molde de la función presidencial.
La deriva de Sarkozy fue en paralelo a la comprobación por los franceses de que su situación empeoraba. Tres episodios fueron decisivos: por dos veces insultó a ciudadanos que le provocaban, sin calcular que las imágenes se expanden por Internet a la velocidad de la luz. "Baja aquí si eres hombre", le contestó a un pescador que le había gritado: "¡Que te den por el culo!". "Ábrete, capullo", le soltó a un ciudadano que se negaba a saludarle. Por el contrario, permitió a Muammar el Gaddafi que se paseara a sus anchas por París, lo cual fue percibido como una humillación.
Los psicoanalistas explican en la radio y la televisión que el problema del jefe del Estado es que su objetivo nunca ha sido otro que alcanzar el poder y que, una vez conseguido, no sabe lo que hacer con él. Otros señalan que el dinero es su valor central, y que eso explica su debilidad por los ricos y el exhibicionismo.
¿Ha tocado fondo? Uno de sus consejeros asegura: "Ha comprendido por fin que es él quien debe adaptarse a la condición presidencial y no a la inversa". Otras fuentes aseguran que Bruni tiene mucho que ver en ello. Ahora, si hay viajes, son secretos, salvo los oficiales. Cuentan que hace dos semanas, en la Comédie Française, cuando los tres timbrazos avisaban del comienzo de la representación, una pareja ocupó silenciosamente sus asientos de primera fila. Sólo sus vecinos se dieron cuenta de que eran el presidente y su esposa. Cuando acabó la representación, la pareja salió tan discretamente como había llegado. Los observadores del Elíseo llaman a esto el efecto Carla.
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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