'Cartas a un joven español', de José María Aznar
Posted: 14 Nov 2007 06:11 AM CST
Hay un joven en España que está muy inquieto. Se llama Santiago y acaba de empezar las carreras de Periodismo e Historia. Pero el saber académico no le basta: Santiago flota en un limbo ideológico en el que no sabe muy bien a qué aferrarse, y le atormentan lo que percibe confusamente como amenazas a su patria. Decide escribir al ex presidente del Gobierno español José María Aznar López, y este se ofrece generosamente como su mentor. De esta premisa parte la correspondencia ficticia de Cartas a un joven español.
El título de obra parece estar parafraseando la Ética a Nicómaco de Aristóteles, y la intención del autor es análoga: dar una educación ética e ideológica en función de su concepción de la política, la historia, la filosofía y la moral. El tono de Aznar no es el de un ensayista que propone y prueba sino el de un profesor que imparte una clase magistral. Y ahí radica la mayor dificultad de este libro: el único argumento que exhibe Aznar es el de autoridad. La valoración que podamos hacer de este libro dependerá del prestigio que depositemos en su autor.
Un ejemplo. Imaginemos que opino que Venezuela no es una democracia, a pesar de saber como todos que cuenta con representantes democráticamente electos. Lo que haría en ese caso seria construir la premisa "A pesar de elegir a sus líderes, Venezuela no es una democracia porque (ect)" Pero a Aznar eso le sobra. Pronuncia que Venezuela no es una democracia y se queda tan pancho, sin ofrecer una mínima justificación, como si sus palabras adquirieran rango de ley al traspasar el cerco de sus característicos labios. Y en otro orden de cosas, de estos polvos
Los primeros capítulos son dedicados a hacer una apología filosófica de la libertad, concepto nuclear de su pensamiento. Y ahí empiezan las sorpresas, que se convertirán en disgustos. Aznar opera nada más empezar una impresionante sintésis reduccionista y divide el mundo entre pragmáticos y utopistas. Maravilla de las maravillas, resulta que los utopistas son los culpables de todos los totalitarismos del mundo, y por lo tanto sólo los pragmáticos son compatibles con la democracia.
Al menos es lo que he sacado en claro, porque la retórica de Aznar es tremendamente confusa. Entre las numerosas citas filosóficas de manual (Aristóteles: "El hombre es un animal político", Hobbes: "El hombre es un lobo para el hombre"... como si Santiago no hubiera hecho COU) con las que salpica su obra, el autor asegura que el pensamiento utopista (en el que coloca indistintamente a los totalitarismos, el integrismo religioso y las izquierdas) proviene de los filósofos de la Ilustración y su teoría del "buen salvaje" o la "sociedad natural".
Bastante gordo es que acuse a Rousseau de inspirar el fundamentalismo islámico. Pero peor aún es que pretenda hacer una defensa del Estado moderno obviando que su origen está precisamente en esos filósofos de la Ilustración. Ni una sola palabra dedicada al 'contrato social'. Un nimbo de confusión, contradicciones y verdades a medias que se repite a lo largo de toda la obra.
Insiste en que busca conquistar "la libertad aquí y ahora", en palabras de Ortega, frente a los "largos plazos" de los utopistas; pero luego llama demagogos a los que hacen "política de aquí y ahora". Proclama que el liberalismo es el más alto estado de libertad individual en dónde no se aceptan ingerencias, pero ataca fieramente al relativismo porque nos impide decir a los demás lo que está mal. Insiste en que el liberalismo es la reivindicación de las diferencias individuales en libertad, pero recuerda que para él matrimonio sólo es cosa de un hombre y una mujer (o incluso un padre soltero, abriendo mucho la mano).
Colmo de los colmos: resulta que los pacifistas que se oponen a la guerra en realidad pecan de "buenismo", otra disfunción totalitaria que pretende arrebatar a las personas el libre derecho a discrepar. Aunque sea a cañonazos. Y hay más. Los nacionalismos también son totalitarios, lo dice Vargas Llosa; pero a España hay que quererla y celebrarla y llevarla en el corazón porque es única en su especie, lo dice Julián Marías.
Diréis que mis críticas al pensamiento de Aznar provienen de que tengo una ideología distinta. Pero no es simplemente eso. Es que su discurso no está construido para razonar, debatir, convencer. No hay por dónde agarrarlo porque no busca demostrar nada. Parece más concebido para repasar lo que uno ya sabe, para fijarlo y darle apoyo e incluso autoestima (No te preocupes si te llaman facha ).
Hace algún tiempo hablamos en este blog del libro como fetiche . Según la definición de Adorno, el fetiche cultural es algo que se consume no por su valor intrínseco sino por el asociado, por la translación de significados que supone. Nos referíamos a las famosas biografías presidenciales que todo el mundo compra pero nadie lee. Vidas encapsuladas y coleccionadas en la estantería.
Cartas a un joven español es un ejemplo flagrante de producto fetiche. Lo que cuenta es lo de menos, porque su función es la de ser una pildorita destilada de la esencia del idólo, una quintaesencia de la aznaridad que contempla con ojillos chispeantes y sonrisa cómplice desde la portada. Para ciertas sensibilidades, tener este libro será un acto de adhesión, de afirmación personal. Por supuesto, se puede leer por curiosidad sin compromisos, pero no contiene gran cosa que no se haya oído en los telediarios durante estos últimos cuatro años.
En Papel en Blanco | Los libros de los presidentes
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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