Discurso de la secretaria Rice en la Organización de los Estados Americanos
(Democracia es esencial para progreso social, político y económico en las
Américas)
"Existe sólo una fuerza capaz de sacar de la pobreza a la gente, de reducir
la desigualdad económica, y de arremeter contra la exclusión social en las
Américas, y eso es el crecimiento económico sostenido, impulsado por el
comercio justo y libre", dijo la secretaria de Estado Condoleezza Rice en
el dicurso que pronunció en la Organización de los Estados Americanos
(OEA).
A continuación una traducción del discurso de la secretaria Rice:
(comienza el texto)
Declaraciones en la Organización de los Estados Americanos
Encuentro organizado por el Consejo de Relaciones Exteriores
Secretaria Condoleezza Rice
Washington D.C.
9 de octubre de 2007
SECRETARIA RICE: Muchas gracias. Gracias, Carla, embajadora Hills, una
amiga desde hace años, por tu amable introducción.
Me gustaría darle las gracias también al secretario general Insulza por
recibirnos aquí en la sede de la Organización de los Estados Americanos,
organismo al cual ha aportado usted un liderazgo fantástico y, de hecho, a
todo el hemisferio. Gracias.
También quisiera darle las gracias al Consejo de Relaciones Exteriores por
auspiciar este encuentro y por invitarme aquí para hablar ante ustedes.
Tengo que reconocer que nunca he visitado la oficina en Washington del
Consejo, a pesar de que he sido miembro de esta organización durante
muchos, muchos años. Pero eso se debe a que el Consejo aprovecha la
oportunidad de organizar sus encuentros en lugares maravillosos como este.
Es maravilloso estar aquí hoy en este magnífico salón.
Quiero darle las gracias también a los miembros del cuerpo diplomático que
se encuentran aquí y a los distinguidos invitados, damas, caballeros. Me
encuentro ante ustedes hoy para hablar sobre los acuerdos comerciales que
hemos concretado con Perú, Colombia y Panamá. El Congreso votará
próximamente sobre estos tres acuerdos. Estos acuerdos son importantes para
nuestra economía, pero también importan por el efecto que tendrán en
nuestros intereses nacionales, en nuestros intereses nacionales en este
hemisferio, en nuestra habilidad de dirigir dichos intereses de modo eficaz
y en nuestra capacidad de influir, de modo positivo, en los acontecimientos
que tengan lugar en esta región.
Lo que está en juego es el éxito de lo que denominaré nuestra comunidad
panamericana: la perspectiva de un hemisferio que consta de países
soberanos que viven en libertad, prosperidad y paz, una visión que los
dirigentes de Estados Unidos, de ambos partidos, han cultivado desde la
fundación de nuestra república. Por ese motivo, para entender el valor
verdadero de estos acuerdos comerciales, tenemos que tomar distancia
durante un instante y examinar nuestro hemisferio desde una perspectiva más
amplia.
En Estados Unidos siempre hemos considerado que somos parte de una
comunidad panamericana más amplia. Aquí, en la sede de nuestra unidad
hemisférica, la estatua de nuestro propio George Washington se alza
orgullosa junto a las otras de los liberadores de América: Juárez, Martí,
Bolívar, y muchos otros. Estados Unidos ha considerado siempre que nuestro
éxito está vinculado al éxito de nuestros vecinos, y en nuestros mejores
momentos hemos respaldado la independencia de América Latina, la política
del buen vecino, la Alianza para el Progreso, y hemos dirigido nuestros
esfuerzos a la creación de una comunidad panamericana próspera.
En el año 2001, el hemisferio estuvo muy cerca de concretar una histórica
transición hacia las sociedades libres, los libres mercados y la
democracia. Una de las primeras medidas del presidente Bush fue de apoyar
una iniciativa regional de formalización de este nuevo consenso en la Carta
Democrática Interamericana, la cual firmaron todos los países de la región,
con la excepción de uno solo, y que declara que "la democracia es esencial
para el desarrollo social, político y económico de los pueblos de las
Américas".
Desde entonces, los ciudadanos de la región, cuyos dirigentes elegidos
gobiernan en modo democrático, comercian libremente, abren mercados, luchan
contra la pobreza y amplían las oportunidades para todos, han reiterado
este consenso repetidas veces. Puede que las excepciones a esta norma sean
llamativas, pero se dirigen en dirección opuesta a la que se dirige el
hemisferio en su conjunto.
Lo que está claro es que la democracia es ahora el motor de cambio más
importante de nuestra región. Millones de personas que en otro tiempo
estaban al margen de sus sociedades-los pobres, los marginados, los pueblos
indígenas y los afrolatinos-se han convertido ahora en ciudadanos que
participan en sus sociedades. Y han lanzado lo que el presidente Bush ha
denominado una "revolución de las expectativas" en lo que respecta a
empleos buenos, oportunidades, seguridad personal y justicia social.
Gracias a la democracia, nuestros vecinos han vuelto a examinar sus
prioridades nacionales y han redefinido sus intereses nacionales, que han
perseguido en modo práctico. Nuestro hemisferio se vuelve más competitivo
en miles de maneras, y deberíamos tener presente que nuestros vecinos no
nos están esperando.
¿Cómo puede una democracia crear desarrollo económico y social para todos,
en especial para los 209 millones de hombres, mujeres y niños que viven aún
sumidos en la pobreza? Ése es el desafío definitivo que hoy encara nuestra
región. No es un debate sobre ideología, sino un debate sobre intereses.
Las democracias, tanto de izquierdas como de derechas, enfocan las reformas
de libre mercado que tuvieron lugar en la última década en la justicia
social, un enfoque que, francamente, no existía. Amplían el denominado
consenso de Washington para que se convierta en un nuevo consenso realmente
panamericano.
En cierto modo, la situación que atraviesa actualmente nuestra región
recuerda a la situación de Europa occidental en el último siglo, un momento
en que los viejos conflictos ideológicos dieron pie a un consenso cada vez
más amplio en apoyo de la libertad política y económica, un momento en que
las democracias luchaban por combatir la pobreza y crear un desarrollo
duradero. Y, lo que es más importante, un momento en que nosotros, en
Estados Unidos, ampliamos nuestra asistencia de seguridad, de diplomacia y
de desarrollo, abrimos nuestros mercados, y nos comprometimos de modo
estratégico, bipartidista y sostenido al éxito de nuestros aliados.
Hoy, contraemos un compromiso parecido con nuestro hemisferio para el éxito
de nuestra comunidad panamericana. Líderes de ambos partidos iniciaron este
compromiso en la pasada década. Ahora, se ha avanzando más en esa
dirección.
Hemos profundizado nuestra alianza histórica con los pueblos de la región,
los vínculos entre nuestra sociedad civil y nuestras empresas,
universidades y grupos religiosos. Ese fue el objetivo de la Conferencia
sobre las Américas organizada por la Casa Blanca en fechas recientes.
Al mismo tiempo, mantenemos nuestro profundo compromiso diplomático. El
presidente Bush ha realizado más viajes a países en este hemisferio que
cualquier presidente estadounidense. La visita más reciente tuvo lugar en
marzo, cuando dijo que la ayuda a las democracias latinoamericanas para
crear la justicia social para sus pueblos sirve los intereses nacionales de
Estados Unidos. Así que trabajamos de manera práctica y apoyamos el éxito
de todos los gobiernos democráticos responsables, tanto de izquierdas como
de derechas. No cobramos un precio ideológico por nuestra alianza.
Con la finalidad de fortalecer la comunidad panamericana, estamos
transformando nuestras relaciones con las principales potencias de la
región: Brasil, México, Chile y Colombia. Hemos encontrado propósitos
comunes que confieren una función de líder y parte interesada a democracias
en nuestra región y al sistema internacional más amplio. Al mismo tiempo,
hemos renovado nuestras relaciones con amigos en el Caribe y colaborado con
la comunidad internacional para reestablecer la estabilidad y la esperanza
en Haití.
Para proteger nuestra comunidad panamericana, hemos forjado un nuevo plan
de seguridad regional que se arraiga en la cooperación multilateral entre
las democracias y se enfoca en combatir las amenazas mundiales y
transnacionales a nuestro hemisferio, como por ejemplo las pandillas
criminales y el terrorismo, los desastres naturales y las enfermedades.
Para completar nuestra comunidad panamericana, ayudamos al pueblo cubano a
prepararse para la transición a la democracia. Aquí en este edificio se
encuentra la mesa que utilizaron los representantes de la Unión
Panamericana cuando se inauguró este edificio en 1910. Una de las sillas
originales en esa mesa tiene un rótulo que dice "Cuba". Pero hoy, cuando
las democracias de la OEA se reúnen, aquí mismo en la planta de abajo, Cuba
no tiene un silla en la mesa. El orgulloso pueblo cubano se merece libertad
y oportunidades, se merece el derecho a reclamar su lugar entre los países
libres de nuestro hemisferio.
Por último, para hacer llegar a todos la promesa de nuestra comunidad
panamericana, ayudamos a nuestras democracias amigas a crear oportunidades
y justicia social para sus pueblos, porque, tal como dijo una vez el
presidente Kennedy: a no ser que todos los hombres y mujeres de las
Américas "participen en la prosperidad cada vez mayor, fracasará nuestra
alianza, nuestra revolución, nuestro sueño y nuestra libertad".
El alivio de la deuda es uno de los modos en que podemos ayudar a ampliar
las oportunidades. Por ese motivo, hemos encabezado la iniciativa mundial
de perdonar deudas por más de 17.000 millones de dólares a nuestros vecinos
más pobres de la región. La asistencia extranjera también puede ayudar. Por
lo tanto, con el liderazgo del presidente Bush y el apoyo bipartidista del
Congreso, Estados Unidos ha duplicado la ayuda exterior que destina a este
hemisferio. Al mismo tiempo, a través de nuestra Corporación del Desafío
del Milenio, utilizamos nuestra asistencia como incentivo para que los
gobiernos consoliden las instituciones democráticas que combaten la pobreza
y la corrupción, inviertan en sus pueblos y creen desarrollo sostenible.
No obstante, en última instancia, existe sólo una fuerza capaz de sacar de
la pobreza a la gente, de reducir la desigualdad económica, y de arremeter
contra la exclusión social en las Américas, y eso es el crecimiento
económico sostenido, impulsado por el comercio justo y libre. Nuestros
vecinos entienden que el paradigma del desarrollo ha cambiado, que el
desarrollo en la región no puede ser interno solamente, sino que ha de
venir de la competencia exitosa en los mercados mundiales, y de las
instituciones democráticas que se utilizan para ampliar las oportunidades
para los pobres y los vulnerables.
Desde que tomó posesión del cargo, el presidente Bush ha hecho de la
ampliación comercial una de sus máximas prioridades. Aprovechando las bases
que sentaron los presidentes Bush y Clinton con NAFTA, hemos firmado
acuerdos comerciales con diez países más, de los cuales Perú, Colombia y
Panamá son los más recientes. Ahora tenemos el potencial de crear una
cadena ininterrumpida de socios comerciales desde Tierra del Fuego hasta el
Círculo Polar, una comunidad que ahora incluye Costa Rica, cuyos ciudadanos
votaron hace tan solo dos días a favor de aprobar el CAFTA. Nuestros
vecinos desean comerciar libremente con nosotros y ese debería enfocar la
atención de nuestro Congreso en su responsabilidad de cumplir nuestras
promesas con Perú, Colombia y Panamá.
Estos acuerdos comerciales beneficiarán a los trabajadores y las compañías
estadounidenses, permitiéndoles competir en igualdad de condiciones en los
nuevos mercados, crear empleos y oportunidades en nuestro país y abordar la
riqueza de todos en nuestra economía. Como dijo el presidente en fechas
recientes, los tres acuerdos "encarnan los valores del libre mercado:
normas transparentes y justas, respeto por la propiedad privada y
resolución de controversias de conformidad con el derecho internacional".
Estos acuerdos también contienen las obligaciones labores y ambientales más
estrictas de cualquier otro acuerdo comercial en cualquier parte del mundo.
Y esas obligaciones quedan supeditadas a los mismos procedimientos de
resolución de controversias, compensaciones y sanciones que rigen para las
otras disposiciones del acuerdo.
Ahora bien, sé que para muchos trabajadores estadounidenses, competir en la
economía mundial supone cierta desorientación e inseguridad, temen que los
empleos, ahorros y atención de la salud que tienen hoy puede que no existan
el día de mañana. Entiendo que muchos sienten que la globalización puede no
ser la marea que pone a flota todas las barcas. La responsabilidad de
fortalecer la situación de los trabajadores de este país se extiende al
quehacer diplomático de nuestro país, y yo me tomo muy en serio ese deber.
Por ello, nuestros diplomáticos emplean todos los artículos en la ley y
todos los medios de persuasión para proteger y promover los intereses de
los trabajadores estadounidenses en la economía mundial.
En Estados Unidos también tenemos que seguir invirtiendo en nuestros
pueblos. Justamente la semana pasada presencié una de esas inversiones a
largo plazo durante la visita que con mucho gusto realicé junto con el
congresista Charlie Rangel a la escuela Harriet Tubman en Harlem (Nueva
York). En esta extraordinaria escuela, niños marginados descubren a través
de la educación que sus horizontes no tienen límites. Es el tipo de
inversión que nosotros como país tenemos que realizar para preparar a todos
nuestros ciudadanos a alcanzar el éxito en el siglo XXI. Y junto con la
reorientación y la formación profesional, nuestros trabajadores no
necesitan un trato justo, puesto que, después de todo, la educación es la
fuerza más importante del mundo para la igualdad y la inclusión social y la
transformación personal.
Sé que los estadounidenses están bien preparados y que competirán bien. Por
lo tanto, confío en que aprobaremos estos acuerdos comerciales, en que
podemos avanzar en una economía globalizada como un país que está seguro de
sus dirigentes y de su capacidad de competir.
Pero les diría que, quizás el valor más importante de aprobar estos
acuerdos comerciales será el impacto positivo que tendrán en la prosperidad
y estabilidad de nuestra comunidad panamericana, una comunidad cuyo
bienestar es fundamental para los intereses de Estados Unidos.
Perú, Colombia, y Panamá están ahora en el umbral de un éxito nacional de
gran alcance. Los acuerdos comerciales con Estados Unidos ayudarían a
impulsar mucho el desarrollo político, económico y social de nuestros
socios -- haciendo sus instituciones democráticas más transparentes y
responsables, más efectivas en combatir la pobreza y la corrupción, aplicar
la ley, e invertir en la educación, la salud y la oportunidad para sus
pueblos.
Al decretar en ley estos acuerdos comerciales, nuestro Congreso enviaría
una señal a cada ciudadano de estos países, a la gente de todo el
hemisferio y a los inversionistas de todo el mundo que Perú, Colombia, y
Panamá están comprometidos con la democracia y el crecimiento económico,
que están institucionalizando sus reformas y que Estados Unidos está
completamente comprometido a que tengan éxito.
Ahora bien, sé que algunos se preguntan acerca del buen criterio y
oportunidad de estos acuerdos. Algunos quizás se pregunten: ¿Cómo podemos
darnos el lujo de aprobarlos ahora? Yo les preguntaría: ¿Cómo podemos
darnos el lujo de no aprobarlos ahora?
¿Cómo podemos dejar de cumplir nuestro acuerdo con Panamá? Un país que hace
apenas dos década fue gobernado por un delincuente y narcotraficante
internacional; un país que ha abrazado la democracia y expande su economía
en más de 8 por ciento por año; y un país situado en la ruta navegable
estratégica -- del Canal de Panamá -- por el que dos tercios de sus
embarques anuales se dirigen a nuestra costa nacional. Un acuerdo comercial
con Estados Unidos podría ayudar a Panamá a transformarse de una vez por
todas en un pilar de estabilidad y prosperidad democráticas.
¿Cómo podemos dejar de cumplir nuestro acuerdo con Perú? Un país que apenas
hace una década fue destrozado por la violencia guerrillera y cuya economía
se desplomaba en picada; un país que está comprometido a sacar a sus
ciudadanos de la pobreza e instalarlos en la economía formal; y un país que
en el curso de dos administraciones democráticas, a pesar de la crítica en
el país y en la región, se ha resuelto a comerciar libremente con Estados
Unidos. Pocas cosas podrían ayudar a Perú a combatir la pobreza más
efectivamente que lograr su acuerdo comercial con nosotros.
Y quizás, sobre todo: ¿Cómo podemos dejar de cumplir nuestro acuerdo con
Colombia? Un país que, hace siete años -- hace apenas siete años estaba al
borde de convertirse en un estado fallido, cuyo territorio era refugio de
narcoterroristas y cuyo pueblo huía de sus hogares por millares; un país
con el que nosotros como nación hicimos un compromiso estratégico, apoyado
por presidentes y Congresos de ambos partidos, y financiado con miles de
millones de dólares de ayuda de Estados Unidos; un país que, en los últimos
cinco años, ha reducido los secuestros en 76 por ciento, los atentados
terroristas en 61 por ciento y los asesinatos en 40 por ciento y que ha
ampliado el poder soberano de ese estado democrático y restaurado la
esperanza de su pueblo.
Reconocemos que este progreso contrasta con los acontecimientos sombríos
del pasado de Colombia, especialmente con el asesinato de líderes laborales
y de otras personas inocentes. Los crímenes como éstos nos preocupan
profundamente. Y el presidente Uribe ha comprometido a su gobierno a llevar
a los responsables ante la justicia, a proteger la vida y libertades de
todos sus ciudadanos y a demostrar que no habrá impunidad para ningún
crimen -- pasado, presente o futuro.
A pesar de sus conflictos actuales, Colombia va por una trayectoria de
cambio positivo -- políticamente, económicamente y socialmente.
Verdaderamente, la transformación de Colombia en menos de una década de
estado fallido a democracia próspera constituye una de las victorias más
grandes para la causa de los derechos humanos en nuestro mundo de hoy.
La aprobación de estos acuerdos comerciales no es un interés partidista con
miras estrechas; es de interés nacional crítico. Y los miembros de ambos
partidos lo comprenden. Comprenden también que estos acuerdos son un
paquete indivisible. En palabras de 43 demócratas prominentes - ex
embajadores, funcionarios de gabinete, expertos de política y congresistas,
todos dijeron que "el rechazo de estos acuerdos retrasaría los intereses
regionales de Estados Unidos durante una generación". De manera que
necesitamos dejar absolutamente bien sentado las consecuencias de un
fracaso.
¿Qué señal enviaría el fracaso a nuestros socios democráticos en las
Américas?
Podemos contestar a esa pregunta con una palabra: retirada. Sería una
retirada de nuestra responsabilidad de liderazgo y una renuncia de nuestra
influencia en las Américas. Sería apartarnos de tres líderes democráticos
que representan las aspiraciones de sus ciudadanos de justicia social,
crecimiento económico y comercio con Estados Unidos. Y sería una retirada
de nuestro esfuerzo histórico y bipartidista de construir una Comunidad
Panamericana exitosa -- unida en la paz, en la prosperidad y en la
libertad.
Perú, Colombia y Panamá están entre nuestros mejores socios en la región.
Sus gobiernos han demostrado valentía y han hecho compromisos estratégicos
con nosotros con estos acuerdos comerciales. Las tres legislaturas de sus
países han aprobadlo estos acuerdos por amplios márgenes y esperan que
Estados Unidos cumpla con su parte del trato.
Si no completamos estos acuerdos eso sería un gran golpe a estos tres
países y no podemos asumir que podrían recuperarse fácilmente. Enviaría una
señal clara a toda la región de que no se puede confiar en que Estados
Unidos cumpla sus promesas. A fin de cuentas, si no estamos dispuestos a
apoyar el éxito de Colombia, una nación a la que hemos comprometido miles
de millones de dólares en ayuda en el transcurso de muchos años, otros
tendrían el derecho de preguntar qué posibilidad hay de que nosotros los
apoyemos.
Debemos preguntarnos también: ¿Qué señal mandaría el fracaso a los enemigos
de la democracia en nuestro hemisferio?
Hay algunos en la región que quieren propugnar hacia un futuro de políticas
autoritarias y economías controladas por el estado. En verdad, esa es una
agenda retrógrada con una larga historia de agudizar la pobreza y la
miseria. La revolución verdadera en las Américas la dirigen hoy líderes
democráticos responsables, como Bachelet y Lula, Vásquez y Uribe, García y
Torrijos, Calderón y Saca.
Sus gobiernos democráticos, y muchos otros, de izquierda a derecha,
profundizan el consenso panamericano de crear oportunidad para todos
mediante los mercados libres, el crecimiento económico y la democracia.
Esta es la verdadera historia de los últimos años: No el llamado "Giro a la
izquierda" del que tanto oímos.
El autoritarismo quizás sea una idea que compite con la democracia de
mercado libre, pero no es una alternativa -- porque una lleva al éxito y la
otra lleva al fracaso. Tratar de aliviar la pobreza y la desigualdad en las
Américas con el autoritarismo es como tratar de desafiar las leyes de la
gravedad. La única pregunta es cuánto daño hará a nuestra región esta
fallida idea. Y en gran parte grande, la respuesta está en nosotros -- en
si apoyamos a las democracias responsables que quiere más participación,
más asociación y más comercio con Estados Unidos. No menos.
Finalmente, debemos preguntarnos: ¿Qué señal mandaría el fracaso a las
naciones del mundo, a amigos y enemigos, a los aliados y a los enemigos. ¿A
ese respecto, cómo sería interpretado fracaso por un antiguo aliado como
Corea, que ha completado su propio acuerdo de libre cambio con nosotros?
Este acuerdo fortalecerá la economía de Estados Unidos y ayudará a nuestro
aliado democrático a aumentar su seguridad y prosperidad en un Asia que
cambia rápidamente. Apoyamos plenamente nuestro acuerdo de libre comercio
con Corea y esperamos que el Congreso lo apruebe.
Señoras y señores, en este momento de oportunidad sin precedente, nosotros
en Estados Unidos no podemos ser introvertidos, ser temerosos, hablar de
las acciones de otros o dudar y desesperar. En vez de eso, debemos seguir
siendo lo que los estadounidenses siempre hemos sido -- optimistas y,
definitivamente, sí, idealistas. Debemos seguir abiertos al mundo y seguir
activamente comprometidos. Debemos preparar a nuestros pueblos,
especialmente a nuestros niños, con la educación y las oportunidades que
alimentan y nutren la esperanza en el futuro. Y sobre todo, debemos estar
seguros de nuestra habilidad de competir y prosperar -- no como un país,
sino como parte de una Comunidad Panamericana.
Hace casi 100 años, al dedicar este edificio, mi antecesor Elihu Root, el
primer secretario de Estado en viajar a América Latina, describió este
edificio como "una expresión verdadera de Panamericanismo...una declaración
de la lealtad a un ideal" y un recordatorio "de la afirmación perpetua de
unidad, interés común, propósito y esperanza entre las repúblicas".
Eso era entonces y sigue siendo hoy.
El ideal fundador de nuestra Comunidad Panamericana, que perdura a través
de muchos siglos y que mantenemos, es la esperanza de que la vida en el
hemisferio signifique una ruptura con el Viejo Mundo y un nuevo principio
para toda la humanidad: la promesa de libertad y dignidad, y gobierno según
la ley, la oportunidad de realizar todo su potencial, sin importar la clase
o cultura, raza o religión, y la creación de un nuevo sistema político
internacional, basado en el respeto mutuo y la cooperación entre las
naciones independientes.
Nosotros y nuestros vecinos en este hemisferio estamos ahora más cerca que
nunca de lograr ese ideal. Y ahora, como antes, Estados Unidos tiene una
responsabilidad especial de seguir adelante. Por lo tanto, cumplamos los
acuerdos con nuestros socios - Perú, Colombia y Panamá -- y mostremos al
mundo que la Comunidad Panamericana está viva y bien y sigue siendo una
esperanza para toda la humanidad.
Muchas gracias.
(termina el texto)
(Distribuido por la Oficina de Programas de Información Internacional del
Departamento de Estado de Estados Unidos. Sitio en la Web:
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