Tras derrotar a la derecha, hace un mes, la Primera Ministra inicia un plan para salvar la economía.
Muchos desmentidos tuvo que hacer Helle Thorning-Schmidt antes de llegar al poder. Su vida privada fue expuesta al público, pero sus opositores no lograron más que aumentarle votos.
Desde hace un mes en Dinamarca, por primera vez en su historia, manda una mujer, la socialdemócrata, Helle Thorning-Schmidt, politóloga, 44 años. No la ha tenido fácil. En 1999, un colega suyo, el eurodiputado socialdemócrata Freddy Bleck, furioso porque, en su opinión, Helle vestía siempre con prendas de marca, en una sociedad en la que la sencillez y la poca ostentación están a la orden del día, sobre todo en los partidos de izquierda, decidió apodarla 'Gucci Helle'. Como este apodo, más que hacerle daño a su carrera política, lo que hizo fue subirle la atención mediática a su glamur y convertirla en una de las políticas más fotografiadas, no tardaron en aparecer historias sobre su infancia y adolescencia, que transcurrió en uno de los pocos barrios pobres de la distinguida Copenhague, por lo que tuvo que salirles al paso a esos comentarios con declaraciones al periódico Yyllands-Posten: "Al principio de mi carrera, se me colgó esa imagen de que siempre iba vestida de Gucci y de que era una señorita fina del norte de Copenhague. Ahora se me puso la etiqueta de chica pobre, criada en gueto, porque crecí en Ishoj, con una madre separada. No puedo luchar contra ese prejuicio de que Ishoj es una basura, pero tuve una buena infancia".
Sin embargo, ahí no pararon las murmuraciones en su contra. La acusaron en varias oportunidades, con el apoyo de la prensa amarillista, de usar bótox, de teñirse el pelo, de hacerse cirugías plásticas, en fin, su cara y su cuerpo fueron sujetos casi que a rayos x en cada aparición. Y como esa estrategia no les dio resultado, en una sociedad que no les presta mucha atención a los chismes y habladurías sobre la vida privada de los famosos, los focos se dirigieron hacia los suyos. Le llovieron fuertes críticas porque matriculó a una de sus hijas en un colegio privado, siendo la educación pública una de las conquistas de los socialdemócratas desde hace décadas. Este asunto tampoco tuvo demasiado eco. Enfilaron baterías, entonces, en contra de su esposo (un británico que no vive en Dinamarca), a quien acusaron de evadir impuestos, pero la propia Hacienda danesa lo desmintió.
A pesar de toda esta campaña de desprestigio, Helle derrotó a la derecha, que llevaba una década gobernando. En unas históricas elecciones, celebradas el 15 de septiembre, la coalición de centro izquierda, con 90% de participación, sin voto obligatorio, le arrebató el poder al sector más recalcitrante de la derecha.
En la página web de Helle aparece destacado su mayor compromiso, una vez en el poder: "Dinamarca se ha estancado.
Desde el 2008, hemos perdido una cantidad significativa de puestos de trabajo privado. Un nuevo gobierno, con los socialdemócratas a su cargo, impulsará la economía danesa...
Vamos a sacar adelante la inversión privada y pública y a crear nuevos puestos de trabajo en el sector privado".
Ha llamado la atención que la edad promedio de los integrantes de su gabinete pasó de 48 a 43 años y que nueve de los 23 ministerios estén en manos de mujeres. Otro de los datos curiosos es que, a la cabeza del Ministerio de la Igualdad, Thorning-Shmidt designó a un hombre: Manu Sareen, del Partido Socialista Popular, quien es a su vez el primer no danés étnico, como se denomina a los migrantes, en llegar a un ministerio.
En las pocas semanas al frente del Gobierno, Helle Thorning-Schmidt ha dado muestras de ser una mandataria demócrata: su equipo ministerial, con un 40% de mujeres, la mayoría técnicos y jóvenes, ha sido muy bien recibido. Una de sus primeras determinaciones fue que no llevará a cabo el plan de la anterior administración de instaurar puestos de control aduanero permanentes, medida tomada a espaldas de la Unión Europea y que amenazaba romper con la libre circulación del espacio Schengen. Esta decisión, que ha sido recibida con beneplácito, fue una de sus promesas de campaña.
"La férrea política de inmigración y asilo político instaurada por el anterior gobierno, con el apoyo de la ultraderecha, se verá ahora suavizada, aunque algunas de sus líneas básicas aún siguen vigentes", dijo a EL TIEMPO la danesa Merete Hansen, consultora internacional, radicada en Bogotá.
Dinamarca, con 43.090 kilómetros cuadrados y 7 millones de habitantes, es una monarquía atípica. La reina Margarita II no se ha ganado gratis su fama como una de las más cultas: posee seis títulos de prestigiosas universidades, ha escrito varios libros traducidos al español, es pintora, diseñadora de escenografías para obras de teatro y, sobre todo, es considerada por sus compatriotas como una mujer sencilla, a quien admiran y quieren.
En la revista dominical del diario español El País, en un reportaje reciente al mejor cocinero del mundo, el danés René Redzepi, que regenta el restaurante Noma de Copenhague, contó que la reina Margarita es muy apreciada porque "parece una danesa de esa clase media a la que pertenecemos todos: fuma, come y bebe en público; sus hijos se divorcian y te puedes encontrar a sus nietos en el mismo colegio estatal al que van tus hijos; hace poco tuvimos que llevar a nuestro hijo a un hospital público y en la habitación de al lado estaba internado un niño del príncipe Federico. No había escoltas. Estaban solos. Aluciné".
Pero no todo es color de rosa en este lejano país del que en los últimos años hemos oído hablar gracias al mítico director de cine Lars Von Trier y a Redzepi, uno de los tres primeros chefs del mundo.
Las épocas de esplendor económico de Dinamarca, como los cuentos de hadas de Hans Christian Andersen, otro danés, son un recuerdo. Tal vez por ello, sus habitantes decidieron rescindirle el contrato a la derecha y pasarle el mando a una mujer de centro izquierda. El déficit público es del 4,6% del producto interior bruto (PIB) y el desempleo juvenil ya tiene dos dígitos, el 10%, cifras escandalosas para un país escandinavo. El mercado inmobiliario va, también, como el cangrejo.
"La socialdemocracia ofreció combatir la crisis con inversiones públicas y reformas en el mercado laboral. Según las encuestas realizadas, durante la corta campaña electoral, tres cuartas partes de mis compatriotas consideran que el problema más grave del país es la situación económica", dice Merete Hansen. Y agrega: "El partido xenófobo DF, que centró su mensaje político en el miedo al islam y a la inmigración, no ofrecía respuesta alguna a las preocupaciones de las mayorías, y por eso fue derrotado".
Quizás Helle Thorning-Schmidt haga lo mismo que su vecina Johanna Sigudardottir, primera ministra de Islandia, que puso en la cárcel a los culpables del desmoronamiento de su país y es vista como una de las gobernantes más eficaces en estos tiempos de crisis. Se lo merece, después de resistir a los embates de quienes se metieron con su vida privada, sin compasión, pero sin éxito.
Helle sigue apareciendo elegante y bonita, ya que el ser dirigente de izquierda no la inhabilita para ser glamurosa y usar vestidos y accesorios de marca, en lugar de aparecer como una matrioshka, esa tradicional muñeca rusa, de delantal y pañuelo a cuadros. O, como ella misma lo dijo hace poco, refiriéndose a su apariencia: "La lucha de clases ha terminado. Es cosa del pasado".
Myriam Bautista - Especial para EL TIEMPO