El socialismo causa la corrupción
Gabriel Calzada
Lo que permite y fomenta la corrupción es esa intervención omnipresente en las decisiones que los individuos llevan a cabo sobre qué hacer con su tierra, su casa, su tiempo, su información, su cuerpo, su salud, su nacimiento, su entierro y su dinero
El otro día escuchaba la tertulia de La Mañana. El tema estrella del día era el Caso Ibiza y Pedro Jota, claro, llevaba la voz cantante: que si la importancia del caso por aquí, que si mi periódico por allá... Así pasaban los minutos y con ellos la demostración de que el PSOE sólo muestra tolerancia cero con el adversario político. Entonces alguien comentó que en realidad socialismo y corrupción son la misma cosa. Pedro Jota se indignó y dejó bien claro que estaba totalmente en desacuerdo con aquella opinión.
Resulta curioso que una de las personas que más ha hecho por destapar casos de corrupción en este país no se haya dado cuenta de que el socialismo es el caldo de cultivo de la corrupción ni de que socialismo y corrupción son dos realidades estrechamente unidas. Con esto no quiero decir que casos de corrupsoe como Filesa o este nuevo escándalo urbanístico en Ibiza no puedan darse en partidos distintos del socialista. A lo que me refiero es a que el socialismo fomenta la corrupción y multiplica su potencial enriquecedor. Por el contrario, el liberalismo reduce las posibilidades de corrupción al mínimo.
La corrupción no depende tanto de los hombres o mujeres que uno ponga en los puestos claves de la administración pública como del entramado de incentivos en el que se desenvuelva la acción cotidiana de los funcionarios, los políticos y el resto de los mortales. La naturaleza humana es débil y si el marco de la organización social no elimina los incentivos para corromperse, siempre habrá quien lo haga. Tampoco cambia mucho las cosas el hecho de que quien tome las decisiones administrativas esté en un pueblo o en el Palacio de la Moncloa. Lo único que cambia es el nivel al que se da la corrupción.
El socialismo propugna el intervencionismo estatal en todos los campos de la sociedad. Lo que permite y fomenta la corrupción es esa intervención omnipresente en las decisiones que los individuos llevan a cabo sobre qué hacer con su tierra, su casa, su tiempo, su información, su cuerpo, su salud, su alimentación, su nacimiento, su entierro y, cómo no, su dinero. Por eso el socialismo, se dé en el partido en el que se dé, sea de izquierdas o de derechas, es sinónimo de corrupción. En un sistema liberal en el que el estado se limite a ejercer aquellas funciones de seguridad y defensa que los individuos no puedan desarrollar de manera voluntaria, pocas son las posibilidades de corrupción. Y así sería por muchos liberales que hubiera con ganas de forrarse llevando a cabo actos de corrupción.
Por eso, y no porque el liberalismo vaya a crear un hombre nuevo, la solución a la corrupción urbanística consiste en la liberalización de la ley del suelo, la solución a la corrupción financiera supone liberalizar los mercados y privatizar al regulador y la solución para la corrupción con fondos públicos es reducir los impuestos, el gasto público y el ámbito de actuación del estado. Todo lo demás son cuentos chinos, cartas de Blanco o quimeras sobre la tolerancia cero.
Gabriel Calzada Álvarez es representante del CNE para España y presidente de Instituto Juan de Mariana
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