Gracias a Juglar del Zipa he seguido con interés el diálogo en El Espectador y el Blog El Elefante Azul entre Juan Gabriel Vásquez y Javier Moreno (1, 2, 3, 4 y 5) sobre los libros electrónicos. Aunque en principio no tengo mucho que decir en una discusión en la que se piense en "los libros electrónicos vs los libros de papel", en esencia por que estoy convencida de que cada uno cumple funciones diferentes, creo que ese tipo de discusiones se ocupan de una porción muy pequeña del análisis, por eso propongo ampliarla.
Según el informe "El Espacio Iberoaméricano del Libro 2008" el libro en papel representa el 95% de ese mercado en la región y el saldo corresponde a "otros formatos" que tienen en común el uso de tecnologías digitales. Es decir, en éste mercado el libro electrónico aún no representa ni siquiera el 5%. De hecho, en ese saldo la mayor parte de la participación la tienen los CDs. Y aunque seguramente en países desarrollados el porcentaje sea mayor me temo que el "libro electrónico" sigue siendo y será siempre una porción de esos "otros formatos". Incluso revisando el informe ya mencionado lo que se ve es que de un lado se reconoce que la medición se complica por la ausencia de ISBN en muchas de esas producciones y, que sectores como las editoriales universitarias han ingresado ya con éxito a "otros formatos" migrando o complementado su oferta con ellos a un ritmo creciente y acelerado.
Mi problema en esencia, entonces, es que esa comparación intenta ajustar la nueva realidad tecnológica a categorías y segmentos de un pasado reciente que no coincide con la actualidad. Cuestiono que esa comparación pierde de vista el escenario más completo de los atomos vs los bits, que definió Negroponte en Being Digital, y por tanto renuncia a ver los retos, oportunidades y problemáticas más complejas de ese panorama. Reconozco que puede ser importante para la industria frente a sus retos de mercado hacer esa comparación parcial, pero desde los usuarios pensando en costo-beneficio y en la idea de "lo público", como espacio de derechos civiles, deja de lado la capacidad de convergencia que tienen estas nuevas tecnologías en las que las literalidades y lecturas cambian hacia un mundo multiformato, multimedia e interactivo. Cuando nos referimos a este tipo de comparaciones hablamos al final de cambios sustanciales en la forma como accedemos y usamos los recursos de nuestra cultura y por eso creo que se justifica ir más allá de la pequeña y lejana realidad del libro electrónico.
Seamos serios, ¿cuántos de nosotros ha tenido acceso a leer un libro electrónico en uno de esos nuevos dispositivos como el Kindle?, en cambio, ¿cuántos de ustedes leyeron algo en un PDF ayer? Nos escandalizamos de la forma como Amazon borró en Estados Unidos la versión en libro electrónico de 1984 de Orwell adquiridos por usuarios del Kindle, la empresa lo hizo bajo la excusa de que el proveedor no tenía la autorización de derecho de autor para distribuirlos en ese país, pero hemos ignorado que ese riesgo lo estamos enfrentando hace años y sucede día a día en lugares como las bibliotecas públicas.
Reconozco que me encanta explorar con euforia las oportunidades que ofrece el uso de las tecnologías y sus beneficios en los procesos sociales, pero en relación con el acceso a los recursos de nuestra cultura (más allá incluso de los libros, para pensar en los recursos de una biblioteca que incluyen publicaciones periódicas, videos, CD, mapas, etc.) comparto la preocupación recurrente de los bibliotecólogos que advierten como el cambio de formato (átomos por bits) los priva de su función de guardianes de memoria. El formato digital implica dificultades para concebir el acceso y el archivo como tradicionalmente lo han hecho. A diferencia de los formatos del mundo análogo (átomos), los digitales (bits) están muchas veces mediados por medidas tecnológicas de protección que restringen usos que incluso están legalmente respaldados (como el libre uso de las obras en el dominio público) o que deberían estarlo (como la posibilidad de modificarlos para que sirvan a personas con alguna discapacidad); lo digital está amenazado por la ausencia de interoperabilidad que dificulta su actualización tecnológica y acceso, e incluso normalmente, este formato enfrenta barreras legales que les impide a los bibliotecólogos su función de custodia y preservación pues suele estar asociado con licenciamientos que sólo permiten accesos temporales y no autorizan el archivo para consulta histórica bajo justificación de normas de derecho de autor.
Entonces, la eliminación que "una empresa seria" como Amazon hizo de 1984 en Estados Unidos es solo el último capítulo de una amenaza tecnológica que hace mucho dejó de prometer control y lo convirtió en realidad. La tecnología nos pone en las manos la oportunidad de acceder a la biblioteca de Alejandría del s. XXI, pero a menos que creemos espacios y garantías públicas para que eso suceda, no será un incendio masivo sino un solo clic el que nos prive de ese conocimiento.
Por eso creo que debemos abordar el tema de las diferencias entre átomos y bits, que los bibliotecarios vienen advirtiendo hace mucho, como un tema serio para la difusión y preservación de nuestra cultura y elevarlo a una discusión sobre políticas públicas. En este proceso se debería discutir la adopción de estándares mínimos para garantizar interoperabilidad tecnológica, para construir entornos legales que limiten el alcance de las medidas de protección y favorezcan las decisiones individuales e institucionales en pro de ese acceso y no del control, en suma, para que revisen los temas de derecho de autor, privacidad, acceso, etc., como temas de derecho público y no solamente de propiedad privada o de derecho penal.
Cuando uno mira el panorama de esta forma más amplia es cuando no puede dejar de sonreír porque un estudiante demandará a Amazon porque al borrarle 1984 lo privó de sus notas de clase (tomadas en el dispositivo como quien subraya y comenta su libro al margen) y en consecuencia le ha ocasionado perjuicios individualizables. Y la sonrisa es irónica, pues creo que esa reacción individual por tal perjuicio debería ser un móvil de la sociedad hacía los cerramientos que venimos experimentando como comunidad en nuestros accesos a la cultura.