Ni la escasez de pistas ni la conservadora sociedad afgana han disuadido a decenas de chicas de participar en el campeonato de voleibol contra la corrupción que se ha jugado esta semana en la capital del conflictivo país asiático.
Con las cabezas cubiertas por pañuelos y en chándal, y ante un decenas de chicas entre el público, la final del campeonato, concebido como parte de la Estrategia Nacional Contra la Corrupción en Afganistán, enfrentó a las escuelas Soria y Bebe Mahro.
"Durante el régimen de los talibanes, las chicas no podían salir de casa sin su padre, hermano o marido, pero ahora podemos practicar deportes, como el voleibol, el fútbol o el boxeo", contó a Efe la capitana del Soria, Madina Azizi.
Mientras se prepara con impaciencia para la gran final, Azizi, de 18 años, cuenta que comenzó a jugar al voleibol hace cuatro años en Irán, país al que, como muchos afganos, había emigrado su familia para huir de la guerra que afecta al país.
"Vivimos allí diez años en total y luego volvimos. Me molesta que la sociedad sea tan conservadora y no nos permita practicar el voleibol ni cualquier otro deporte", continuó Azizi.
La competición fue organizada por la ONG Cooperación para la Paz y el Desarrollo (CPD), que ha contado con apoyo financiero de la organización oficial de ayuda al desarrollo de EEUU y la ha concebido como una toma de conciencia contra la corrupción.
Tras más de diez años de despliegue de las tropas internacionales, Afganistán sigue siendo pasto de la guerra contra los insurgentes talibanes, y no se ha conseguido erradicar sus problemas endémicos de pobreza, analfabetismo o corrupción.
Para la mujer, además, el fin del régimen talibán trajo un cierto alivio en las costumbres o el fin de la prohibición de la enseñanza femenina, pero la sociedad sigue siendo muy conservadora y muchas familias se oponen a que las niñas practiquen algún deporte.
La existencia de esos "códigos de hecho" de decencia, a diferencia de lo que ocurre en Occidente, las jugadoras del Soria y del Bebe Mahro llevan el cuerpo cubierto de pies a cabeza, las primeras con chándales negros y las otras con otros blanquiazules.
"Me gustaría seguir practicando deporte, llegar a formar parte del equipo nacional y conseguir hacer algo por mi país", concluyó Azizi antes de saltar a la pista.
En Afganistán, un país falto de posibilidades de ocio y marcado por el estigma de la violencia y la guerra, el deporte se ha convertido en una vía de escape al menos en Kabul, según cuenta Mohammad Rahim Jami, de la Cooperación para la Paz y el Desarrollo.
Su organización inició en el 2011 una serie de campeonatos deportivos por todo el país, fútbol para los chicos, y baloncesto y voleibol para las chicas, en principio en defensa de la paz, y hoy para protestar contra la corrupción.
"El Soria y el Bebe Mahro son los que han llegado a la final, pero en principio había 16 equipos", contó Rami.
Los partidos se celebran en centros educativos para tranquilizar a las familias de las jóvenes aficionadas, preocupadas por su seguridad en un país donde no son infrecuentes las agresiones contra mujeres que se salen de las costumbres tradicionales.
Y Rami se muestra optimista con su iniciativa, porque por primera vez han obtenido una ayuda económica de USAID (25.000 dólares) y también porque las niñas han ido adquiriendo experiencia y juegan cada vez mejor en un sistema precario pero que mejora.
Llega el final del partido y se impone Bebe Mahro; pero, en pleno reparto de trofeos, las muchachas del Soria, Madina Azizi entre ellas, también lo celebran como si el triunfo fuera suyo.