En materia educacional, Chile parece un mundo al revés. Si los pacientes de un hospital son los encargados de señalar qué tratamiento debe seguirse y cuál rechazarse; si los internos de las cárceles quienes deben establecer el régimen penitenciario; si los ministros de Estado los llamados a adoptar las políticas que debe seguir el Presidente, y los electores los que resuelven qué leyes se aprueban y cuáles se desestiman, nadie negaría que las cosas se hallan trastocadas y que las consecuencias serán deplorables. Sin embargo, no extraña que sean los alumnos de enseñanza media y universitaria los que intenten resolver qué materias deben estudiarse, cuál ha de ser el contenido de las mallas curriculares, cuáles los proyectos educativos de largo plazo, qué organismos deben dirigir el funcionamiento de los establecimientos de enseñanza, etcétera. Si los estudiantes no respetan la categoría de los profesores ni reconocen su superioridad intelectual, pretendiendo reemplazarlos o sustituirlos, no cabe duda de que se ha perdido toda noción sobre el orden natural de las cosas. No sorprende, entonces, que algunos maestros sean agredidos, incluso físicamente, por sus discípulos, sin que éstos reciban una sanción ejemplarizadora y que aquéllos terminen amedrentados por la reacción de quienes, al menos teóricamente, les deben respeto y obediencia.
El tratamiento despectivo que se da al trabajo de los profesores, especialmente de enseñanza básica y media -generalmente mal pagados y peor considerados-, constituye la causa del resquebrajamiento que evidencia nuestra sociedad, en la cual todo acusa un debilitamiento en sus bases valóricas más profundas. Es incalculable el daño que se provoca a la juventud de nuestro país al minimizar este problema y eludir lo que es fundamental: conseguir que los profesores recuperen su dignidad, mancillada por el trato que se les brinda por parte de la sociedad y del Estado. Mientras no se reconozca esta realidad, y se la enfrente, todo proyecto será estéril.
El problema educacional en Chile es todavía más grave. Como consecuencia del abandono en que se ha dejado al magisterio, en gran medida éste ha quedado a merced de influencias políticas que manipulan su descontento y lo utilizan en función de propósitos ajenos a sus verdaderos intereses. Lo propio ocurre respecto de los alumnos, frecuentemente agitados por activistas que ven en ellos un estímulo para sus trasnochados desvaríos revolucionarios. Los profesores, llamados a transmitir conocimientos y estimular la capacidad creativa de sus educandos, trabajan con resentimiento social, con un descontento vital por el trato de que han sido víctimas en los últimos 50 años, ahondando con ello el descontento y la desorientación.
Para abordar este problema, Chile debe realizar, en serio, un gran esfuerzo. Él va mucho más allá de la estructura orgánica que se dará a la educación pública. Lo primordial es restaurar al profesor en el sitial que le corresponde, porque el deterioro de la educación pasa por el debilitamiento y destrucción de su imagen e influencia. Toda reforma que prescinda de esta premisa y busque modernizar la educación sin poner acento en el trabajo de los docentes está de antemano condenada al fracaso.
Muchos nos hemos preguntado por qué ningún gobierno ha enfrentado esta realidad, prefiriendo abocarse a otras cuestiones importantes, pero ni remotamente tan trascendentes como la crisis educacional. La respuesta es fácil. Las inversiones en este campo (educacional) no reditúan beneficios inmediatos; ellos, siendo intangibles, sólo se evidencian a largo plazo. Cuando el poder está en juego cada cuatro años, es ilusorio pensar que pueda existir una preocupación real en afrontar esta amarga realidad.
El aumento de la delincuencia, el narcotráfico, el debilitamiento de la familia, la rebeldía de la juventud frente a la autoridad de sus padres, el desprecio por la cultura y otras lacras semejantes, aun cuando nos cueste entenderlo, son consecuencia directa de las falencias en la educación. Nada se logrará atacando estos males como si ellos no tuvieren causa o como si la causa fueran la pobreza, la injusticia social y la distribución desigual del ingreso. Pueden éstos ser factores coadyuvantes, pero lo primordial es la educación; allí se halla la razón de ser de nuestras debilidades y miserias.
Al aproximarnos al Bicentenario, bueno sería abrir los ojos y acometer la gran reforma educacional, que debe empezar por dignificar a los maestros y, con ello, rescatar los valores que deben inspirar a los chilenos del futuro.
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Fuente:el mercurio
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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1 comentario:
si los alumnos no pueden evaluar a los profesores entonces ¿quien?
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