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La declaración que me parece más desafortunada es una de la presidenta Bachelet, porque implica desconocer las causas de la crisis que vivió Chile
El fallecimiento del ex presidente Pinochet ha suscitado variadas reacciones, algunas de ellas, especialmente las provenientes del gobierno, claramente pueden ser catalogadas como innecesarias e imprudentes. Negarle el carácter de ex presidente a Pinochet, para justificar el no cumplimiento de formalidades protocolares, es un infantilismo. Podría haberse buscado una excusa mejor. Independientemente de la opinión que se tenga de Pinochet y de su gobierno, que fue presidente nadie lo duda.
Las agresivas declaraciones del ministro del Interior bien pudieron haber sido reemplazadas por un discreto silencio. Belisario Velasco no es muy locuaz y su silencio hubiera pasado inadvertido. Si habló, para provocar, como lo hizo, uno perfectamente puede suponer que se buscaba impedir que el funeral fuera pacífico, y que, en la retina de la gente, quedaran grabadas solamente las manifestaciones de aprecio.
Tan clara es la intención de la Concertación de impedir a toda costa que exista un mínimo de ecuanimidad en la apreciación sobre Pinochet y el régimen militar, y tal es la irritación de la izquierda porque miles de chilenos hayan querido manifestar su respeto a Pinochet y su gratitud por las cosas buenas que hizo por Chile, porque las hay y muchas, que a falta de motivos de fondo han centrado sus dardos en un discurso de un nieto, que actuó y se manifestó como tal antes que como capitán del Ejército.
Pero la declaración que me parece más desafortunada es una de la presidenta Bachelet, porque implica desconocer las causas de la crisis que vivió Chile, y quien desconoce las causas de algo no tiene posibilidades en enmendar los errores. Dijo la presidenta que la muerte de Pinochet “simboliza la partida de un referente de un clima en el país de divisiones de odio y de violencia”.
Existió en Chile, hace décadas, una cultura del odio que dividió al país entre buenos y malos, entre ricos y pobres, entre proletarios y capitalistas, entre izquierdistas y quienes no lo eramos. Esa cultura de odio se ha manifestado en forma extrema cuando hay personas que, contra toda nuestra tradición cristiana, destapaban botellas de champaña para celebrar la muerte de una persona.
Existió también en Chile, y en el mundo de los 60 y 70, una cultura de la violencia. La violencia revolucionaria, guerrillera y terrorista. La que justificaba el uso de la fuerza como una forma de actuar en la política.
Esas dos culturas, la del odio y la de la violencia están en la raíz de los grandes problemas que tuvo Chile en la década de los 70 y están en el origen del quiebre institucional. Están también en la raíz de las violaciones a los Derechos Humanos, porque desgraciadamente, personas que debieron haber actuado con justicia y con prudencia no lo hicieron. Esas culturas de odio y violencia estaban en Chile antes que intervinieran los militares y lo seguirán estando si no reconocemos cuáles fueron las causas de lo acontecido en Chile.
En ese tiempo había también una cultura del despojo, donde algunos querían apoderarse del Estado, el cual sería el único dueño de todo. Hoy día también tenemos síntomas de esta cultura del despojo, cuando se ha constatado la existencia de un verdadero sistema para apoderarse de los recursos del Estado en beneficio privado o político. Las declaraciones de altos dirigentes de la Concertación, en cuanto a esta cultura de la corrupción nos ahorran todo comentario.
SIEMPRE MUY PRECISO ES EL SENADOR JOVINO NOVOA SALUDOS RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ EL-OBSERVATORIO-POLITICO.BLOGSPOT.COM
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(Publicado : 15/12/2006, 5:0 horas)
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