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miércoles, febrero 19, 2014

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Mario Vargas Llosa, regreso a los orígenes


vargas_llosa_3El peruano publica su primera novela desde la concesión del Premio Nobel, “El héroe discreto” (Alfaguara), con la que regresa a Piura, ciudad de recuerdos de infancia y juventud. Las historias de dos prósperos empresarios confluyen en este libro, en el que aparecen antiguos personajes de otras obras.

texto BEGOÑA PIÑA foto ASÍS G. AYERBE

Mario Vargas Llosa ha cerrado un círculo con su nueva novela, El héroe discreto. Con ella ha vuelto –en la ficción y en la realidad– a Piura. Allí viven sus personajes y allí vivió él una parte de su niñez, hacia 1946, cuando su abuelo era prefecto en esta localidad. Algunos momentos fundamentales de su vida tuvieron lugar allí y allí vuelve ahora, con 77 años y decenas de obras a sus espaldas.

 Al norte del desierto de Sechura, a casi mil kilómetros de Lima y muy lejos de su ciudad de nacimiento, Arequipa, Mario Vargas Llosa hizo en Piura sensacionales hallazgos. En la Plaza de Armas, al lado del Malecón Eguiguren, recuperó a su padre. “El Hotel de los Turistas de los eternos tamarindos, donde a mis 11 años descubrí que tenía un padre vivo y vi al personaje por primera vez, está siempre allí, pero ahora se llama Los Portales y el patio de los ‘sábados bailables’ se transformó en un comedor”, escribió hace poco más de un año, tras un viaje de regreso a San Miguel de Piura.

Tenía 11 años y hasta entonces había vivido en Arequipa y en Bolivia, en Cochabamba. Siempre con su familia materna y pensando que su padre había muerto. Lo cierto es que la pareja se había separado y, poco después, se había divorciado. En aquel tiempo, el niño Mario estudió en el colegio San Miguel de Piura, que ocupa un valioso lugar en sus recuerdos. Allí conoció a uno de sus grandes amigos, Javier Silva Ruete, ministro de Economía en tres gobiernos distintos en Perú. Con él lideró una huelga estudiantil años después y a él, desaparecido hace un año, dedica esta nueva novela.

“He escrito esta novela recordando mucho las experiencias que viví con Javier en Piura, también en Lima”, confesó el Nobel en la multitudinaria rueda de prensa con la que presentó su libro en Madrid. “Pensé mucho en él, uno de mis mejores amigos, y nunca olvidaré la primera vez que le vi. En Piura, en 1946, había una manifestación en la Plaza de Armas y yo fui a espiar. Allí había un niño gordito, con las piernas rollizas y un cartel que decía: ‘Maestro, la juventud te aclama’. Era alegre, extrovertido, expansivo, y ya con 11 años se gastaba sus propinas yendo a comer a la calle, tenía un apetito voraz”.

Alumno “sanmiguelino”, Vargas Llosa acudió de vuelta a su colegio en su visita el pasado año a Piura, “Este se halla aún en pie, con sus aulas de techos altísimos, sus patios centenarios, su teatrín colonial, y hay esperanzas de que se convierta en un gran centro de cultura”, decía entonces, en unas líneas en las que recordaba al padre Santos García, “salmantino, cascarrabias, filatelista y profesor de religión”, que en algunas clases de entonces “presa de inspiración bíblica, tronaba de tal modo que hacía estremecerse las viejas paredes de quincha del colegio San Miguel”.

Piura, ciudad que hoy pasean sus nuevos personajes (y algunos ya conocidos), fue también escenario del debut teatral del peruano. En 1952, en el hoy desaparecido Teatro Variedades, estrenó su primera obra, La huida del Inca.“Alguien ha encontrado una fotografía del estreno de La huida del Inca –siempre creí que no existía ninguna– y el momento más emocionante de esta visita es rememorar, gracias a aquella imagen, esa noche inolvidable. (…) Yo, aunque no aparezco en la borrosa foto, es seguro que estoy también ahí, escondido en esas bambalinas que se divisan a un costado, enternado de azul y comiéndome las uñas de tanta emoción”.

Un liberal de derecha

Sus tíos Lucho y Olga le acogieron aquel año, en el que Mario Vargas Llosa trabajó como periodista en el diario La Industria. Y allí, en la ciudad de sus descubrimientos, conoció a Julia Urquidi, hermana de su tía, y con ella se casó cuando todavía no había cumplido los 20. Y una nueva vida empezó para él. La tía Julia y el escribidor fue una de las consecuencias más evidentes de aquella relación, de la que, una vez rota, nació otro libro, Lo que Varguitas no dijo,escrito por ella para contestar supuestas mentiras de su exmarido, en quien provocó una enorme y pública ira.

Con aquel matrimonio se enfrentó a toda su familia y se tropezó de sopetón con la vida del adulto. Estudiante todavía, desempeñó hasta siete trabajos diferentes para mantener la recién formada pareja. Revisaba los nombres en las tumbas de un cementerio, redactaba las noticias de una cadena de radio, fichaba libros… y no llegaba cómodo a final de mes. Una beca le permitió en 1959 venir a España, de donde partió hacia París ya con el título de Doctor en Filosofía y Letras bajo el brazo. Las angustias económicas le acompañaron aún una temporada, en que siguió haciendo diferentes trabajos (profesor, periodista…).

De nuevo, sus tíos Lucho y Olga cumplieron un importante papel en su vida. Las hijas de estos, Patricia y Wanda, primas-hermanas del escritor y también sobrinas de su esposa Julia, llegaron a París a pasar una temporada en su casa. Mario Vargas Llosa, en plena crisis matrimonial, se enamoró de una de ellas. Así, en 1964 regresó a Perú, se divorció y se embarcó en un viaje a la selva, donde recogió material sobre el Amazonas y sus habitantes. Al año siguiente se casó con Patricia Llosa, con quien ha tenido tres hijos (Álvaro, Gonzalo y Morgana).

Hasta 1974, la vida de la familia transcurrió en Europa. Londres, París y Barcelona fueron sus hogares. En Londres conoció a Gabriel García Márquez, con quien afianzó una profunda amistad en Barcelona, hasta el tristemente famoso puñetazo que le asestó en México en 1976. Y de Europa a Perú, siempre de vuelta. Allí, en la década de los 1980, cuando ya había publicado un buen montón de piezas fundamentales de su carrera (La ciudad y los perros, La casa verde, Los cachorros, Conversación en la Catedral, Pantaleón y las visitadoras…), empezó a acercarse a la política.

Además de conducir brillantemente el magazín televisivo La Torre de Babel, por donde pasaron invitados Borges, Jorge Amado o Corín Tellado, aceptó presidir, por petición del conservador Fernando Belaúnde Terry, la comisión que investigó el caso Uchuraccay, el asesinato de ocho periodistas en una comunidad de Ayacucho, donde se produjo una matanza posterior, consecuencia de la guerra entre Sendero Luminoso y el gobierno. Un mes después se presentó un informe donde se responsabilizaba de los hechos a los campesinos de la zona.

Aquel contacto con el poder político lo llevó a aparecer, en 1987, como líder del Movimiento Liberal, que se oponía a la nacionalización de la banca que entonces proponía el presidente Alan García Pérez. En 1990 se presentó como candidato a la presidencia de Perú por el Frente Democrático y en rivalidad con Alberto Fujimori, que ganó las elecciones y amenazó con quitar a Llosa la nacionalidad peruana. España le otorgó la ciudadanía en 1993, sin que tuviera que renunciar a la original.

Con el tiempo, Vargas Llosa, que siempre ha mostrado su oposición a las dictaduras de cualquier signo, se ha ido consolidando en sus posturas conservadoras. Amigo de Aznar o del derechista Francisco Flores (El Salvador), hace unos años arropó la fundación de UPyD en España y apoyó al multimillonario Sebastián Piñera en su carrera presidencial en Chile. Defensor a ultranza del liberalismo, recientemente se declaró ante el periódico italiano La Repubblica como “un liberal de derecha”.

Ello no impide a Mario Vargas Llosa aparecer al lado de los más débiles y de las víctimas de la intolerancia y el abuso. Así, hace poco firmó, junto a otros cuatro premios Nobel –J.M. Coetzee, Orhan Pamuk, Herta Müller y Seamus Heaney– y varios escritores más, la campaña en contra del desalojo de un grupo de palestinos del área de Masafer Yatta (Cisjordania). Se trata de doce aldeas que el Ejército de Israel quiere desalojar para crear un campo de tiro, la llamada Zona de Fuego 918.

Aunque volcado en esas cuestiones políticas, siempre ha sabido intercalar entre ellas una obra. Superado el trance de la campaña presidencial en Perú, Vargas Llosa siguió escribiendo y en 2000 se plantó con la que para mucho es su mejor novela, La fiesta del Chivo. Y con ella reanimó su candidatura para el Nobel, que consiguió en 2010. Su literatura ha sido reconocida también con los premios Cervantes y Príncipe de Asturias de las Letras. Es miembro de la Academia Peruana de la Lengua desde 1975, presidente del Pen Club Internacional (1976), miembro de la RAE desde 1994… Ha impartido clases en las más importantes universidades del mundo: Cambridge, Columbia, Harvard, Princeton, Oxford…

Todo el mundo a sus pies y, sin embargo, a sus 77 años, su anhelo no ha sido otro que el de regresar a Piura, donde montó a caballo por primera vez, en la casa de los McDonald –“una ruina de la que han tomado posesión un búho y unos murciélagos”–, donde escuchó las cumananas de Fernando Barranzuela y Juan Manuel Guardado, donde conoció a su padre y descubrió el amor, y donde ahora sus antiguos y nuevos personajes intentan controlar sus propios destinos en un Perú mucho más próspero que el de la infancia del escritor.

Los héroes de Vargas Llosa

La nueva novela de Vargas Llosa ha nacido, como él mismo señala, “de experiencias personales. En mi caso, la imaginación no trabaja en abstracto”. Una noticia real, la de un empresario de la ciudad peruana de Trujillo, que anunció públicamente que se negaba a pagar el dinero que le pedía la mafia local, inspiró la figura de Felícito Yanaqué, protagonista de una de las dos historias que confluyen en El héroe discreto. La otra vida es la de Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios de Lima. Y, si uno representa la resistencia frente al poder, el otro es el personaje que desafía a las convenciones.

El “proceso de desarrollo notable” que vive hoy Perú fue el otro elemento del que surgió este libro, donde Llosa, como nunca antes en la ficción, hace una defensa de la propiedad privada y de la mediana empresa que, en su opinión, “ha traído crecimiento a Perú”. De hecho, esos héroes discretos de los que habla el escritor son propietarios de provechosos negocios –uno dedicado al transporte y otro, a los seguros– y no son “insólitos en Perú”.

“Estos héroes anónimos son los que hacen que verdaderamente progrese la sociedad y son los que constituyen la verdadera reserva moral para un país”, sentenció el autor en la rueda de prensa de presentación, donde hizo pedazos los argumentos de los nacionalismos recurriendo a Karl Popper y a la teoría del “llamado de la tribu”, y donde defendió la decencia de muchos políticos, alejados de los “corruptos y mediocres” que contaminan a todos los demás.

El héroe discreto, donde Vargas Llosa recupera a algunos de sus antiguos personajes –Rigoberto, doña Lucrecia, su hijo Fonchito, el sargento Lituma y los inconquistables– es la obra de un escritor brillante y seductor, que recorre temas esenciales, como el mencionado de la resistencia al poder, los principios éticos de la sociedad, la familia y, en este caso también, el dinero.

De ritmo ágil y, como siempre, prodigioso lenguaje, tal vez el libro flaquea en la mirada. Es posible, por ejemplo, que a todos los lectores no les parezca tan digno o tan valiente el personaje de Ismael y su peripecia, la de un octogenario rico que decide casarse con su criada enfrentándose a sus codiciosos hijos y a las convenciones sociales. Mucho más desafiante que el personaje es el propio Mario Vargas Llosa al encarar a padre e hijos y al urdir una venganza para el primero contra los segundos, y mucho más inteligente, su discurso contra el poder corruptor del dinero.

el-heroe-discreto“El héroe discreto”

Mario Vargas Llosa

Alfguara

392 páginas.

19,50 euros

 


Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en “Responsabilidad Social Empresarial” de la ONU
Diplomado en “Gestión del Conocimiento” de la ONU
Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
Diplomado en Coaching Ejecutivo ONU( 
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