Doce años en la Cámara de Diputados

Doce años en la Cámara de Diputados

Julio Dittborn

No es necesario afirmar que la Cámara de Diputados no pasa por su momento de mayor prestigio. Más bien todo lo contrario, como lo demuestran las encuestas de opinión. Creo que este fenómeno tiene múltiples causas. Por una parte se debe —qué duda cabe— a los abusos de poder de algunos. Entre los últimos abusos están las malas prácticas en el uso de las asignaciones de los diputados, cuestión que esperamos esté en vías de solución con los cambios implementados recientemente. Pero podría haber otros, los que a mi juicio se combaten con la más amplia transparencia, cuestión en la que se ha avanzado mucho en el último tiempo.

Por otra parte, contribuye a nuestro desprestigio la profunda ignorancia sobre lo que hacemos los diputados. Muchos chilenos quisieran que pusiéramos semáforos, arregláramos plazas o decidiéramos sobre la ubicación de los lomos de toro. Como no hacemos nada de aquello, se produce, en no pocas ocasiones, gran frustración entre nuestros electores. Como me dijo una electora: "Si un alcalde puede arreglar mi vereda, ¿cómo es posible que una persona más importante, como usted, un diputado de la república, no pueda hacer tal o cual cosa?". Intentar defenderse de estas acusaciones es como arar en el mar, pues es demasiado el nivel de desconocimiento como para intentar revertirlo.

Se vuelve importante entonces difundir lo que hacemos. ¿Y qué hacemos los diputados?

Fundamentalmente, representar a la gente en la formación de la ley y fiscalizar al Poder Ejecutivo. La primera tarea es, a mi juicio, de gran importancia, aunque muy poco valorada. Mi experiencia es que el debate sobre los proyectos de ley muchas veces corrige y mejora las leyes enviadas por el Ejecutivo. Es verdad que los debates son largos, que muchos hablan más para escucharse que para aportar, especialmente en la Sala de la Cámara, que es el debate que vemos en la TV. Pero también es cierto que en las comisiones, especialmente cuando no hay TV, el debate es muchas veces enriquecedor y termina mejorando la legislación, a partir de la experiencia y del conocimiento que los diputados tienen sobre las necesidades y las prioridades de sus electores. Los técnicos que redactan las leyes podrán saber más sobre temas específicos, pero no siempre saben sobre lo que la gente más reclama, o sobre la mejor forma de hacer llegar los beneficios, o sobre tantas otras cuestiones —a veces de detalle— que sólo se aprenden escuchando a las personas comunes y corrientes. Muchas veces fui testigo de mejoramientos sustanciales a las leyes por parte de los diputados, por su enorme conocimiento de la realidad de nuestras comunidades.

Sobre la fiscalización al Poder Ejecutivo, me parece que su mejor defensa es preguntarnos: ¿tendríamos un mejor país si la Cámara no tuviera la facultad de perseguir las responsabilidades políticas de quienes nos gobiernan? Claramente no. El solo hecho de que la Cámara tenga la facultad ya es un avance. Probablemente inhibe conductas impropias. Ahora, concuerdo en que habrá que mejorar sus resultados.

Sin embargo, lo más importante que ocurre en la Cámara de Diputados no es lo dicho anteriormente. Lo más importante es el contacto humano que se da entre los diputados, un grupo de dirigentes importante en el país, qué duda cabe. Este contacto permite que se conozcan y se valoricen los argumentos y las posiciones políticas de nuestros adversarios. Me atrevo a afirmar que todos los diputados llegamos a la Cámara más soberbios, más seguros de poseer la verdad, y nos vamos más humildes, menos seguros de tener siempre la razón. La Cámara colabora a destruir la caricatura —y, en consecuencia, los prejuicios— que tenemos sobre nuestros adversarios políticos. Este es, a mi juicio, el gran servicio que la Cámara de Diputados le presta al país. Y es un servicio muy importante, pues colabora a la paz social.

FUENTE:
Saludos,

 

RODRIGO  GONZALEZ  FERNANDEZ
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