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lunes, enero 11, 2010

La codicia no es buena, y no es capitalismo

lunes 11 de enero de 2010

La codicia no es buena, y no es capitalismo


La codicia no es buena, y no es capitalismo
Por Jay Richards
Publicado en Libertad Digital


Después de meses de escuchar a los medios de comunicación y analistas pronunciar la prematura muerte del capitalismo, me reconfortó ver una reciente pieza de Newsweek donde desafiaban este lugar común. El autor, Fareed Zakaria, destacaba que este tono pesimista llega a los medios más populares en cada recesión financiera.

Pero, en realidad, el capitalismo, en el largo plazo, ha tenido un éxito mucho mayor que cualquier otro sistema económico en la historia humana. Si el comunismo global no pudo destruir el capitalismo, ¿por qué nos precipitamos en creer que algunas políticas gubernamentales malas en el terreno fiscal y en la vivienda lo harán?

Desafortunadamente, algún editor tituló este artículo, por otra parte razonable, como El Manifiesto Capitalista: La codicia es buena (hasta un punto). Éste es uno de los peores mitos sobre el capitalismo. Fue inmortalizado por el personaje Gordon Gekko en la película de 1987 Wall Street, dirigida por Oliver Stone.

Michael Douglas hacía el papel del inversor despiadado que busca tomar control de empresas, Gordon Gekko, un 'malo' carismático que insiste en que "la codicia es buena". Gekko era la personificación mordaz de Stone del capitalismo, seductivo y egoísta hasta la médula. Y ahora, gracias a la crisis financiera, Stone está trabajando en una secuela.

Por desgracia, este "mito de la codicia" (como lo he denominado) es frecuentemente defendido y perpetuado, como lo era en la portada de Newsweek, por los propios defensores del capitalismo. Desde Iban Boesky a las novelas best-seller de Ayn Rand, grandes defensores del capitalismo nos han contado desde hace décadas que la codicia es buena dado que es el gran motor del progreso capitalista. Incluso Walter Williams y John Stossel, dos de mis liberales favoritos, han usado este argumento en años recientes.

El problema retórico con este enfoque no es difícil de ver. La mayoría de los americanos son, al menos nominalmente, religiosos, con sensibilidades morales formadas por la tradición judeocristiana. La Biblia y la tradición cristiana condenan rotundamente la codicia, y líderes religiosos "progresistas" como Tony Campolo y Jim Wallis han usado esto para poner en aprieto a los americanos conservadores y al libre mercado.

Campolo, por ejemplo, ha condenado el capitalismo en base al "principio de la codicia". Pero, ¿están en lo cierto estos críticos? ¿Debemos elegir entre capitalismo y cristianismo, o, más generalmente, entre los mercados y la moralidad? Yo creo que no.

¿La virtud del egoísmo?

Usted podría pensar que la codicia ha estado relacionada con las defensas del capitalismo desde sus principios. Podría recordar a Adam Smith, el padre del capitalismo moderno, quien escribió su famosa frase de que "no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino de su deseo por preservar sus propios intereses".

Ayn Rand y otros parecieron extender el argumento de Smith tratando a la codicia como la base de una economía libre. Por supuesto que hay conexiones aquí; pero Smith nunca sostuvo que la codicia fuera buena. Su punto de vista era muy diferente, y mucho más sutil.

Primero, Smith argumentó que en una economía de mercado propiamente ordenada, normalmente usted saldrá ganando si apela al amor propio (self-love) de alguien, más que a su amabilidad. El carnicero es más probable que le dé carne si es un intercambio provechoso para las dos partes que no si simplemente le pide que se la regale. Esto es, y debería ser, de sentido común.

Segundo, Smith conocía la diferencia entre el interés propio y el simple egoísmo. Cada vez que usted se lava las manos o toma sus vitaminas o se apresura para ir al trabajo puntual o mira a ambos lados de la calle antes de cruzar un paso de cebra está persiguiendo su interés propio -pero ninguno de estos actos es egoísta-. En efecto, generalmente hablando, usted debería hacer estas cosas. La codicia, en contraste, es una especie de interés propio desordenado. Adam Smith, el filósofo moral, siempre la condenó como un vicio.

Tercero, Smith nunca sostuvo que cuanto más egoístas seamos mejor funciona el mercado. Su punto, sin embargo, es que en un mercado libre cada uno de nosotros puede perseguir sus fines dentro de nuestra estrecha competencia y preocupación -nuestro "interés propio"- y aún así emergerá un orden que excede por mucho las intenciones de cualquiera.

Finalmente, y más importante, Smith argumentó que el capitalismo canaliza la codicia. Él reconoció que los seres humanos no somos tan virtuosos como deberíamos. Mientras que muchos de nosotros pueden vivir vidas modestamente virtuosas bajo las condiciones adecuadas, es raro el individuo que llega a alcanzar una virtud heroica.

Dada esta realidad, deberíamos desear un orden social que canalice el adecuado interés propio y el egoísmo hacia resultados socialmente deseables. Cualquier sistema ideal que no pueda canalizar el egoísmo humano está condenado al fracaso. Ésa es la grandeza de la economía de mercado.

Y ése es el problema con el socialismo y con todos los tipos de prescripciones regulatorias de Papá Estado: no se adecúan a la condición humana. Concentran enorme poder en las manos de unos pocos líderes políticos y esperan que permanezcan sin corromperse por el poder.

Luego, a través de una redistribución agresiva de la riqueza y de la hiper-regulación, desaniman la persecución productiva del interés propio, a través del trabajo duro y la iniciativa. En vez de ello, se anima a la gente a perseguir su propio interés en formas improductivas como el acaparamiento, el lobbying, o conseguir que el gobierno robe por ellos.

En contraste, el capitalismo se adecúa a seres humanos reales y falibles. "A pesar de su natural egoísmo y rapacidad", escribió Smith, la gente de negocios "es conducida por una mano invisible [...] y así sin procurarlo, sin saberlo, avanzan los intereses de la sociedad". Nótese su "a pesar de".

Su punto no es que el carnicero debería ser egoísta, ni que el egoísmo del carnicero sea de particular ayuda. En cambio, argumenta que incluso si el carnicero es egoísta, él no puede hacer que compres su carne. Tendrá que ofrecerle la carne a un precio al que esté dispuesto a comprar. Tiene que buscar formas de establecer un intercambio mutuamente provechoso. Eso es bueno, desde luego.

Así que un mercado libre puede canalizar la codicia de un carnicero. Pero eso no es lo único que puede canalizar. También el noble deseo del carnicero de alcanzar la excelencia en su oficio, o su deseo de servir a sus clientes bien porque le agradan sus vecinos, o su deseo para construir un negocio exitoso que permita a su brillante hija ir a mejores escuelas y desarrollar plenamente sus dones. El capitalismo no requiere de la codicia. De lo que sí requiere el capitalismo es de la creatividad e iniciativa humanas.

En la búsqueda del "espíritu del capitalismo", Max Weber sostuvo casi un siglo atrás, que "la avaricia desenfrenada no es en lo más mínimo el equivalente del capitalismo, y todavía menos de su espíritu". El mito de la codicia, pensaba, era "ingenuo" y "debería ser desechado de una vez por todas en el jardín de infancia de la historia cultural".

Weber tenía razón; y aún así todavía encontramos este mito por parte de los críticos del capitalismo como Michael Moore, y de sus defensores como Ayn Rand. Acabemos finalmente con esta caricatura. Necesitamos defensas convincentes del capitalismo que sean más precisas y que apelen a los sentimientos morales de la mayoría de americanos. El de la "codicia es buena" no es uno de ellos.


Por Jay Richards, autor del libro Money, Greed, and God: Why Capitalism is the Solution and not the Problem, 2009. También escribe regularmente en el blog de The American. Artículo originalmente publicado en The American, revista del American Enterprise Institute.
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FUENTE:
Saludos,
 
RODRIGO  GONZALEZ  FERNANDEZ
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