Patricia Vildósola
Chile es un país agrícola y una potencia agroalimentaria. Aun cuando nos cueste reconocerlo, son el campo y sus productos frescos o elaborados los que con sus 12.256 millones de dólares en exportaciones (incluidos salmones y vinos) generan el segundo sueldo de Chile después del cobre.
El agro es un sector de empresarios reconocidos por su capacidad innovadora y perseverancia, capaces de aprovechar al máximo la apertura comercial lograda con los tratados. Existe en el país una institucionalidad que, en algunos aspectos más que en otros, funciona y apoya el desarrollo. También hay investigación, cada día más enfocada a las necesidades del sector, y decisión de invertir.
Es decir, la apuesta por convertir a Chile en un top ten agroalimentario tiene un buen respaldo para ser realidad. Pero para conseguirlo es necesario tener claro qué agricultura es la que queremos y necesitamos para ser capaces de responder a ese desafío.
Porque no basta con la decisión. Ella debe, obligatoriamente, ir acompañada de una mentalidad de avanzada de legisladores y de los mismos empresarios en temas como biotecnología, propiedad intelectual, normativas laborales y la integración de la cadena de valor, áreas prioritarias en las naciones desarrolladas en las que la agricultura juega un papel central en sus economías.
Es emblemático lo que ocurre con la biotecnología, donde somos de los países más atrasados del mundo, y no porque en Chile no exista investigación propia -que la hay y de primer nivel-, sino porque un desconocimiento generalizado sobre el tema ha llevado a que, además de desconocerse completamente el papel que ella juega en distintos ámbitos, incluso en la medicina, se viva la paradoja de que aquí se consuman transgénicos, se produzcan como semillas o se importen para la producción animal, y sin embargo nuestros agricultores no puedan plantarlos. Somos de los pocos países del planeta donde ni siquiera existe una legislación que norme su uso. Si queremos competir de igual a igual con el resto del mundo, tenemos que darles a nuestros agricultores las mismas posibilidades que las de la competencia, considerando las particulares condiciones del sector. No hacerlo es desperdiciar todo el potencial que tiene Chile para seguir escalando posiciones y convertirse efectivamente en el mentado top ten agroalimentario.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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