Debates, no tertulias
Publicado en Ideas & Debates, La Tercera
Más allá de lo propiamente político que se pueda decir del debate de Talca – Frei aún no se quema en muchos aspectos y Gómez se farreó la oportunidad de dar un golpe que le brinde algo de esperanzas – el encuentro ha sido una clara señal de alerta para lo que, en principio, podrían ser los debates entre presidenciables en los próximos meses.
Nuevamente el formato del debate evidenció el temor que existe entre la clase política chilena de contraponer frontalmente opiniones sobre diversos temas de contingencia.
Ya lo hemos vivido desde las primeras elecciones una vez recuperada la democracia hasta la última contienda presidencial: los candidatos se reúnen con un grupo de periodistas a protagonizar una tertulia, sin ni siquiera dirigirse la palabra entre ellos. Este estado de la cuestión no capacita a nadie para decir que en Chile existe una "cultura de debates". Lejos se está de ello.
Resulta sorprendente que en un país donde la publicidad electoral en televisión es de una calidad reconocida internacionalmente y que supera con creces a la video-campaña de, si no todos, la mayoría de los países europeos, en materia de debates estemos enfrascados en formatos débiles y poco fructíferos.
A final de cuentas, a lo que se le llama "debate" acá en Chile no es más que una entrevista paralela a dos o más candidatos, sin ningún tipo de cruce de opiniones que pueda generar, precisamente, debate.
Esta realidad tiene dos problemas evidentes: por un lado no se conocen finalmente las posturas exactas de los candidatos y, por otro, se realiza un ejercicio de oratoria con el único fin de tener otro argumento para la eventual trasparencia electoral, cosa que no es del todo cierta.
Recordar casos recientes como los debates entre Barack Obama y Hillary Clinton o del hoy presidente de Estados Unidos con John McCain resulta comparativamente desmotivador.
En esos casos, como en muchos otros – no olvidemos los ásperos debates entre Nicolás Sarkozy y Ségolène Royal –, el cruce de apreciaciones entre los postulantes era visible y no sólo fruto de las preguntas de un periodista, sino también de electores de a pie.
Los argumentos que le esgrimió en la cara Clinton a Obama sobre su inexperiencia y los golpes de éste sobre la poca solidez en materia internacional de la ex primera dama, por ejemplo, resulta un ejemplo fascinante considerando que el "inexperto" es hoy Presidente de Estados Unidos y la "ignorante en relaciones exteriores" es hoy su Secretaria de Estado.
Lo anterior, sólo hablando de los medios convencionales. Estamos, aunque duela, a años luz de un debate como el realizado por Youtube entre Obama y Clinton, en que las preguntas eran colgadas en la red por miles de norteamericanos e incluso extranjeros.
Ahora bien, académicamente, es sabido que el efecto real de un debate es mínimo en el electorado. Principalmente, sólo sirve para reafirmar posiciones de apoyo o desaprobación hacia los distintos candidatos. Que alguien cambie radicalmente su voto a causa de un debate es un hecho muy puntual.
Pero si a lo anterior le agregamos que el formato chileno de debates no es más que un "pimponeo" de preguntas en una sola dirección, el efecto en quienes voten se reduce al mínimo.
Estamos en el momento exacto de dar un giro radical en este aspecto. Ya los candidatos se han mostrado abiertos a realizar cambios en el modo de debatir y nadie puede estar, hoy por hoy, en contra de elaborar algo más atractivo.
La posibilidad de ver a uno de nuestros presidenciables contestando la pregunta de un joven común y corriente y disfrutar luego de la refutación por parte de su contrincante puede ser un foro democrático sin parangón en nuestra historia y, lo más importante, un incentivo fuerte a la participación. Manos a la obra.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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