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domingo, mayo 18, 2008

[Posible SPAM] LA NACION CHILE Putas cuentas

<P>Putas cuentas</P>

Domingo 18 de mayo de 2008

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Por Carolina Rojas / La Nación Domingo

Mujeres que cambian sexo por el pago de sus servicios básicos

Putas cuentas

Regalan su cuerpo y a cambio reciben dinero para la universidad, la luz y el gas. Son estudiantes que "se ofrecen" a cambio de inéditas retribuciones. Según el testimonio de los jóvenes, este contrato sexual cuesta mucho más de lo que parece.

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"Profesional, buen nivel social y económico, ofrece ayuda económica a cambio de sexo. Las prefiero de cuerpo normal o delgadas. Abstenerse trabajadoras sexuales. Valor de la ayuda a conversar. Interesadas, por favor, contactarse".

"Soy joven de 24 años, ardiente y complaciente, sólo por una pequeña ayuda económica o de acuerdo a la satisfacción del hombre. No me interesa el estado civil. Disfrutaremos mucho".

Estos son avisos reales. Aparecen en internet escritos por anónimos oferentes jóvenes y adultos que no revelan su edad. Ofrecen sexo sin límites por el pago de alguna cuenta. Quienes ven en esta práctica una forma de vivir dicen que después de la primera vez ya no se puede volver atrás.

Marisa tiene 45 años, el pelo rubio ondulado y curvas prominentes. Recuerda que a los 14 años, cuando vivía en Talca, no había hombre que no se diera vuelta a mirarla. Sus vecinos la llamaban "la Miss Chile", pero su belleza fue a la vez su maldición. A los 15 aprendió a fingir en el amor y se casó con un profesor de 27 años para arrancar de las peleas con su madre. Ese mismo año tuvo a su hija, diez meses antes de terminar su matrimonio. Sola, y nada más que con el cuarto medio bajo el brazo, intentó probar suerte en Santiago. "Acá encontré un trabajo de secretaria en una notaría; mi jefe tenía 53 años, me trataba como un padre y con el tiempo le empecé a gustar, comenzó a conquistarme con cosas materiales y plata", recuerda Marisa. Esa fue la primera de varias oportunidades en que vendió su cuerpo por dinero. Después de ese encuentro vino un reloj de oro, plata para los pañales de su hija y para comprarse los pasajes a Talca cada vez que quisiera visitar a su familia. Así pasaron un par de años, hasta que la amistad y el dinero se acabaron. Ya había palpado el mundo del intercambio de sexo por ayuda económica.

Ella recuerda que cuando quedó cesante fueron esos "amigos sexuales" quienes le regalaban hasta un millón de pesos para pagar la cuenta de la luz, la comida y los cheques sin fondo que le quitaban el sueño. Hoy intenta una reflexión acerca de lo que vivió: "Los tipos creen que una se acuesta con ellos por amor y a veces eso es algo insoportable, debes pagar y tener sexo con esos 'amigos', a quienes les pides todo 'prestado', bien sumisa para que no se sientan tan utilizados", recuerda Marisa. Además, asegura que con el tiempo se acostumbró a los viajes, el gimnasio y la manicure francesa. Sabe que ya no retrocederá, menos ahora que "tiene" un norteamericano de 60 años que le paga las cuentas "El otro día me ofrecieron un puesto en un AFP, pero no lo acepté, no me alcanzaría la plata para el nivel de vida que tengo", asegura.

El estudio de prostitución juvenil urbana, realizado por el Instituto Nacional de la Juventud (Injuv) en el año 2000, califica este hecho como "prostitución invisible". Allí define este tipo de comercio sexual como una relación que tiene como principal característica que quienes la realizan no lo reconocen así, encubriéndola con otras acciones como salir juntos, participar en una cena de amigos, o una "relación".

En el informe, además, se señala que este tipo de prostitución puede estar presente en todos los estratos socioeconómicos, y que esta "ayuda económica" incorpora fundamentalmente el pago de cuentas o el pago de la universidad en el caso de niñas jóvenes. El mismo documento acusa que en sectores menos acomodados también son comunes las ayudas y regalos de hombres mayores y casados.

ALERTA EN LA RED

Andrés Góngora, subcomisario de Investigaciones, señala que los avisos de internet pueden tratarse de una forma de promoción del comercio sexual, aunque quien firma el mensaje sea mayor de edad. "En uno de los avisos se indica a colegialas que podría corresponder a personas menores", asegura. Para el subcomisario, el tenor del aviso de "ayuda económica a cambio de sexo" da la idea que éste va dirigido de manera encubierta a una persona menor de edad, puesto que la colaboración económica de esta naturaleza se le ofrece a personas menores y no así a una mujer trabajadora. Según el subcomisario, en el artículo 367 del Código Penal se sanciona a quien promueva o facilite la prostitución de menores de edad para satisfacer los deseos de otro. La pena puede ir de los tres años y un día a los cinco años, o bien de los cinco años y un día a los veinte años. Góngora agrega que si se llega a contactar a una persona mayor de 14 años y menor de 18 puede configurarse el delito de estupro porque se están aprovechando de una situación de vulnerabilidad del menor.

Yedra García, abogada española que realizó estudios sobre los tipos de prostitución femenina y trata de blancas en Chile, señala que la existencia de la prostitución tiene su origen en un sinnúmero de factores, entre ellos la cultura sexista de los países. García es enfática al explicar que todo tipo de comercio sexual existe porque para las mujeres el acceso al trabajo es mucho más limitado que para los hombres y, en ese sentido, las mujeres aún cuentan con menos formación académica. Yedra quien además quedó sorprendida del "fenómeno café con piernas" en Chile señala que lo primero que hay que evitar frente a cualquier tipo de prostitución es la estigmatización. Para ella, detrás de este tipo de prácticas, siempre hay una familia monoparental, una mujer sola con hijos y mucha necesidad económica "La mujer que tiene que mantener a sus hijos es vulnerable a este tipo de prostitución; vender el cuerpo de la forma que sea no es una elección", asegura.

Cristián estudia diseño y es garzón. Tiene 27 años y recuerda que el año pasado conoció a un hombre mayor en el restaurante donde trabaja. "Era un gringo de 45 años que trabajaba en Chile en el negocio del outsourcing". Él fue su salvación económica. Primero se pasearon por bares de Bellavista, y cuando el maduro galán quiso intimar con él, Cristián aceptó, pero con una condición: el pago del arriendo del departamento. "Sí, es una relación por interés, pero si los tipos te pasaran la plata directamente, de verdad serías puto; es mejor que te paguen de cuentas", asegura Cristián, y agrega que la práctica es más frecuente de lo que parece. "Entre los jóvenes gays es común salir con tipos más viejos para que te paguen las cuentas, es una relación entre comillas, los chicos viajan, les sacan hasta el último peso y terminan cuando están estables económicamente", asegura el joven.

EL CICLÓN MILLONARIO

Mientras habla para la entrevista, Carla, de 28 años y un cuerpo a punta de gimnasio, se prepara para la rinoplastia. Faltan 12 horas para la operación. En su bolso guarda la ropa interior y su perfume que llevará a la clínica. Vivía en Antofagasta y allá dejó a su único amor: su hija de siete años. Allá en el norte, sus padres cuidan a su niña y ella manda el dinero para que la eduquen. A pesar de su edad y de su apariencia madura, con su buzo blanco, pantuflas de Hello Kitty y el pelo recogido, parece una niña. Ella cree que su aire infantil es un plus a la hora de enfrentarse a hombres mayores, que ven en esto un encanto, incluso desde su adolescencia, cuando ya cazaba hombres con dinero. Esos "amigos especiales" le compraron perfumes, ropa y joyas a su antojo. En ese momento se dio cuenta que el sexo era su gallina de los huevos de oro.

Hoy sigue especializándose en danza en una academia de Providencia, y dice que aunque viene de una familia de clase media, ella siempre quiso más. Asegura que para "sacar plata" hay que tener un cierto nivel cultural. Ella habla inglés. "Esto no es para 'rotas', a lo hombres les gusta lucirte y hay que tener experiencia. Así fui desde niña con mis pololos y cuando cumplí los veinte 'reventaba' a los tipos que andaban conmigo", recuerda con una sonrisa maliciosa.

Hoy, los cinco "amigos" que ostenta tienen entre 30 y 45 años, y no pasa de esa edad porque dice que "entre más viejos, más mañosos". Asegura que aceptar los regalos, ropa y dinero para pagar sus cuentas, no la hace oficialmente una prostituta. Cuando sale a comer con ellos a los restaurantes de Borde Río, se pone nerviosa con los arrumacos y los besos largos, porque en un restaurante lleno de gente prefiere que piensen que esos señores maduros con los que va a comer son sus "tíos" o su papá. "¿Quién dijo que era plata fácil?, porque para sacarles cada peso hay que engañarlos y manipularlos como una profesional. He 'matado' y he llorado por mi abuelita diez veces para que me den plata. Y la verdad es que los hombres pueden ser bien huevones", asegura Carla. Recuerda que la suma de dinero más alta que cayó en sus sábanas fue un millón de pesos en efectivo. En esa ocasión su "amigo" le dijo que jugaran al "ciclón millonario": él lanzó los billetes al aire y ella atrapó con los brazos todos los billetes de 20 que pudo.

Carla cambia el tema y confiesa que esa felicidad se acaba de golpe con los gritos, los tironeos y las humillantes peticiones sexuales. Sus "amigos", tarde o temprano, se ponen posesivos y maltratadores con ella, y eso nadie lo sabe. Todos se creen su dueño. "Es difícil, tienes que tener sexo con un tipo que no te gusta, que siempre te saca en cara un 'no se te olvide que yo soy el que pago', una tiene que quedarse calladita y eso te va dañando sicológicamente. En un restaurante, a veces tienes que pedirles permiso hasta para ir al baño y te contestan con un 'no, siéntate, ya fuiste muchas veces', o te meten la mano en público. Esto no es amor, son sólo tipos a los que exprimes y luego dejas", asegura Carla. "Así es la vida", continúa, para convencerse a sí misma que no hay otra forma de tener lo que tiene: un departamento en Providencia, su celular rosado, busto de silicona y una liposucción. Vuelve a la risa para contar su última adquisición: un par de anteojos Armani que le sacó a su "amigo" de 45 años. "Con un puchero le dije que necesitaba unos lentes grandes, grandes, para taparme las ojeras que me quedarían después de la operación. Cuando quiero algo pongo cara de pena, lloro, me seco las lágrimas y les pregunto: '¿Pero la plata me la va a pasar ahora?'".

 

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Rodrigo González Fernández
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