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sábado, noviembre 10, 2007

CHILE: SENADOR FREI

El sistema democrático no tiene futuro en América Latina si no superamos las enormes desigualdades que aún subsisten en nuestros países

Por Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Presidente del Senado

Presidente del Senado, Eduardo Frei Ruiz-Tagle

Al momento de publicarse esta columna estará en pleno desarrollo la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno en Santiago, la que en esta oportunidad tiene como eje de discusión la democracia y la cohesión social. Sin duda, se trata de un tema de gran actualidad y que a la vez es uno de los grandes desafíos para Latinoamérica.

 

Si revisamos nuestra historia nos daremos cuenta que el caminar de la libertad en la región no ha sido nada fácil. Hemos oscilado entre la esperanza y la desilusión. Si bien estamos lejos de los años en que nuestros países, en su mayoría, estaban bajo el dominio del autoritarismo, también es muy cierto que las democracias de hoy aún no satisfacen las expectativas que la gente se cifró luego de años de lucha por recuperarla.

 

En este sentido, no puedo sino recordar la Cumbre Iberoamericana que me tocó presidir en 1996, en la que debatimos sobre "Gobernabilidad Democrática". En aquel entonces, la sensación era distinta a la de hoy. Muchos de los países participantes recién habían recuperado la democracia, mientras que otros venían saliendo de largas y cruentas guerras civiles. Por eso estábamos optimistas de cara al futuro, ya que creíamos que al fin había llegado la hora del progreso para América Latina.

 

Sin embargo, once años después nos damos cuenta que nuestros sistemas democráticos hoy enfrentan una nueva amenaza que no es una eventual regresión al autoritarismo. Y es que los tiempos han cambiado. Hoy no basta la existencia de la democracia y sus formalidades. La ciudadanía con razón exige resolver la pobreza, las inequidades y la discriminación; más representación y participación; que se promueva el crecimiento económico y el cuidado del medio ambiente; y que exista voluntad de diálogo para construir acuerdos.

 

Hoy muchas de las democracias latinoamericanas no están cumpliendo estos anhelos, lo que demuestra lo mucho que nos queda por avanzar. Tenemos una gran misión por delante: conjugar el orden democrático con las demandas por equidad. Y es que nuestras democracias no tiene ningún futuro si no somos capaces de terminar con las enormes desigualdades que aún subsisten en nuestros países.

 

Como muy bien lo dijo Enrique Iglesias en el acto de inauguración de la Cumbre, el jueves pasado, llegó la hora de la verdad para revertir de una vez por todas el patrón histórico de crecimiento con exclusión en la región. Esta realidad constituye un tremendo reto a la estabilidad de nuestras democracias, porque la desigualdad erosiona la confianza en las instituciones y agudiza el conflicto social.

 

La ecuación democracia y desarrollo pierde credibilidad cuando las sociedades se encuentran tensionadas por la existencia de profundas brechas sociales, en las que unos pocos gozan de las comodidades y privilegios de la modernidad, mientras amplios sectores viven una existencia dura, de mucho esfuerzo y escasas recompensas.

 

Precisamente, aquellos que se van quedando rezagados resienten la imposibilidad de poder sumarse plenamente a los beneficios del progreso. No es extraño entonces, que se apodere de ellos un sentimiento de desconfianza en el modelo y sus demandas por equidad puedan vulnerar el sistema democrático.

 

Por eso es necesario que nuestras naciones crezcan en forma sostenida y estable. Para lograrlo, los gobiernos deben motivar al sector privado a generar más bienes y servicios; fortalecer la capacidad de los mercados libres de captar inversiones; y crear las condiciones apropiadas para el surgimiento de fuentes productivas que renuevan la tecnología en uso y generen empleos de mejor calidad.

 

Pero si bien el crecimiento es importante y contribuye a enfrentar las carencias sociales, éste no soluciona el problema. El mercado por sí solo no puede lograr niveles progresivos de equidad. Su lógica es la asignación de recursos, no la mayor justicia social.

 

En consecuencia, disminuir la desigualdades demanda la activa generación de políticas públicas que sin caer en el paternalismo, acrecienten y mejoren las disponibilidades de recursos en educación, salud, vivienda y en el desarrollo de habilidades para las personas de más bajos ingresos.

 

Además, reitero la necesidad de que nuestras sociedades promuevan el diálogo y la construcción de grandes acuerdos entre los actores sociales, públicos y privados, para enfrentarse con éxito a los problemas que obstaculizan el logro de una mayor equidad.

 

Sólo de esta manera podremos acercarnos a la igualdad de oportunidades, incluyendo el fin de todo tipo de discriminaciones, y responder eficazmente a las legítimas aspiraciones de toda la comunidad, quienes anhelan ser activos protagonistas del desarrollo social, económico y cultural.
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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