De inmigrante ilegal a médico de Harvard
MADRID.- En 1986, Alfredo Quiñones entró en EEUU como inmigrante ilegal, sin saber inglés y con 65 dólares en el bolsillo. Hoy es un prestigioso médico, licenciado cum laude por la Universidad de Harvard y neurocirujano en el centro Johns Hopkins, uno de los más prestigiosos del país. La revista médica 'The New England Journal of Medicine' le ha pedido que cuente su historia.
Son las 8.30 de la mañana en la Costa Este de EEUU, pero para el doctor Quiñones-Hinojosa, 'Dr. Q' para sus colegas, hace tiempo que comenzó el día. El galeno, de 39 años, charla telefónicamente con elmundo.es camino del hospital. Viene del laboratorio, donde ha estado escribiendo un artículo científico, y ahora se dispone a visitar a sus pacientes en la clínica.
Ha salido de casa a las 5.30 ("Gabriela, la [hija] mayor, ya estaba despierta", recuerda), pero no cree que llegue a casa antes de las 22.30 de la noche, cuando sus tres hijos ya se habrán acostado. Pese a la jornada maratoniana, dos tónicas se repiten en la charla del médico: el buen humor y la modestia. "Ha habido mucha suerte", insiste.
Suerte, cuando a finales de 1986, con 19 años, cruzó la frontera entre México y EEUU, un periplo en el que han muerto muchos compatriotas. "Brinqué el cerco", recuerda hoy el neurocirujano. El joven Quiñones acababa de obtener el título de maestro (uno de los primeros de su familia) pero la grave crisis económica que atravesaba México le hizo seguir el camino de sus tíos y primos.
Su abuela era curandera
Comenzó a trabajar como agricultor en el Valle de San Joaquín (California). "Pasaba los largos días en los campos, recogiendo frutas y verduras, durmiendo en tráilers agujereados, comiendo cualquier cosa que conseguía, con las manos llenas de sangre de arrancar hierbajos. Las mismas manos que hoy realizan cirugías cerebrales", rememora el neurocirujano en un artículo publicado en la revista médica.
Mientras trabajaba en los cultivos californianos y, después, como soldador en la compañía de ferrocarril, Quiñones empezó a acudir a la escuela nocturna para aprender inglés. Sólo cinco años después de haber llegado a EEUU, consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Berkeley, donde se graduó en psicología.
Allí empezó a interesarse por las neurociencias, si bien hasta su último año en Berkeley no decidió estudiar Medicina. "En verdad, ha sido un campo difícil para personas pobres como yo. En EEUU me di cuenta de que era un campo que pertenecía a la elite", dice el facultativo, quien recuerda que su abuela ya era curandera en Mexicali, la población mexicana donde vivían.
Optó por Harvard
"Uno de mis mentores me convenció de que, pese a mi escepticismo, podía ir dondequiera que quisiese para estudiar Medicina", relata. Quiñones consiguió entrar en todas las facultades de medicina en las que había solicitado la admisión y optó por Harvard. Tras hacer la especialidad de neurocirugía, recaló en 2005 en la Johns Hopkins, donde actualmente dirige el Programa de Tumores Cerebrales del campus Johns Hopkins Bayview. Allí investiga la formación de los tumores cerebrales, sobre todo el papel que pueden tener células madre 'anómalas' en su origen.
"Se han portado increíblemente conmigo", recuerda este especialista, que no tiene más que buenas palabras para los colegas y profesores que ha conocido durante todos estos años. Hoy día, es él el que ejerce de mentor. Éste es, de hecho, uno de sus 'hobbies', de acuerdo con su propio currículo. "Las contribuciones más importantes que voy a tener en mi vida van a ser, primero, mis hijos y, en segundo lugar, los jóvenes a los que entreno", dice. Muchos de sus estudiantes (17 jóvenes trabajan con él en su laboratorio) pertenecen a grupos minoritarios.
Quiñones, hoy ciudadano estadounidense, lamenta que la acogida que él recibió sea tan diferente de la sensibilidad actual hacia la inmigración: "Actualmente hay un sentimiento muy fuerte en contra de la inmigración que me lastima el corazón. EEUU es un país nacido de la inmigración. Tenemos que tomar responsabilidad como país y tratar de no encontrar excusas porque ésa es nuestra obligación".
Rodrigo González Fernández
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