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domingo, abril 29, 2007
Reivindicacion de Andrés Allamand
Reivindicación de Allamand
DESDE EL BLOG DE Carlos Peña González EN DIARIO.ELMERCURIO
Uno de los problemas de la derecha es la falta de autonomía de sus partidos y la convicción de los grandes empresarios de que, tarde o temprano, acabarán teledirigiéndolos।
CARLOS PEÑA GONZÁLEZ Fue en el año 1993 cuando Andrés Allamand -aunque era joven, la vida y la política ya habían comenzado a maltratarlo- denunció, en una entrevista publicada en estas mismas páginas, a esos grupos empresariales que a punta de dineros y de redes de la más variada índole, digitaban de lejos, y a veces de no tan lejos, a los partidos de derecha। Los llamó los "poderes fácticos". La frase -acuñada por Adolfo Suárez durante la transición española y repetida ahora- subrayaba esa tendencia de los empresarios a ejercer el poder desde bambalinas, hurtando a los partidos, y a los dirigentes, su capacidad de decidir.Allamand no desconoció entonces -sería negar lo obvio- la convergencia de intereses entre los empresarios y la derecha.Lo que él defendió entonces, y con razón, fue la autonomía de la política y la lealtad con las reglas del juego democrático. En otras palabras, defendió la separación entre el proceso económico y el político, entre la actividad de reunir dinero y la de conducir los asuntos comunes.La UDI puso el grito en el cielo y el asunto concluyó con un libro de título bíblico, dictado al pasar.Entonces el vicepresidente de la UDI era Hernán Larraín. Era la época en que la racionalidad política de ese partido se confundía con la estrategia electoral al extremo de aliarse con la ¡Unión de Centro Centro!Pero esta semana, cómo son las cosas, Hernán Larraín, igual que Allamand hace trece años, esgrimió también la autonomía de los partidos enfrente, ahora, de Alfredo Ovalle, presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio. Ovalle, con una claridad de memorándum, de esas que uno no sabe si es apuro o simpleza, dijo que "a todos los políticos les interesa tener una buena relación con el empresariado, así que ya se va a retomar el ritmo de las cosas".La frase fue una reprimenda a la derecha y una reiteración casi impúdica del poder del dinero; pero, sobre todo, una confesión involuntaria del desprecio que los grupos empresariales sienten hacia la política y los políticos de profesión.Si hasta hace poco Hernán Larraín pensaba que su actividad suscitaba el respeto o la admiración de los empresarios, si creyó por un momento que su elocuencia era apreciada o sus digresiones analíticas entendidas por ese puñado de personas que hacen negocios y se preocupan de los impuestos, bastaron esas palabras para disipar la ilusión. Cayó de pronto en la cuenta que, a los ojos del presidente de la CPC, él no era más que "un político", una de esas excrecencias inevitables que tiene la vida, una de esas pifias que a veces alteran el "ritmo de las cosas".Las palabras del presidente de la CPC -además de herir al "político" Larraín, haciéndolo sentir poco más que un ujier- revelan algo que debiera preocuparnos a todos: la falta de valor que ciertos grupos empresariales le asignan al proceso político y la nula importancia que le atribuyen a la autonomía de la política.Convencidos de que el destino del país descansa sobre sus hombros, halagados una y otra vez con las ideologías del emprendimiento, mecidos en reuniones periódicas a las que concurren ministros y presidentes como si les fueran a rendir cuentas a domicilio, instituidos por arte de birlibirloque en eso que antes se atribuía a las "familias fundadoras", los grandes empresarios descreen en lo más profundo de su alma de la política democrática, de ese juego de conversaciones, de negociaciones y de votos con que las comunidades se autogobiernan, promueven sus intereses y resuelven sus conflictos.Porque eso es lo que, a propósito del proyecto sobre depreciación acelerada, se ha puesto hoy de manifiesto. No es la desavenencia de intereses entre la derecha y los empresarios lo que sorprende (en el largo plazo seguirán tomados de la mano), sino la falta de valor que se asigna por parte de esos grupos a los partidos y la convicción que abrigan de que, tarde o temprano, pueden teledirigirlos.De eso era justamente de lo que se quejaba Allamand hace cosa de trece años, cuando en estas mismas páginas denunciaba a los poderes fácticos. De la falta de autonomía de los partidos de derecha que, a punta de presiones de toda índole, terminaban dirigidos a la distancia por un grupo de empresarios (y, por esos días de 1993, de militares).No cabe duda que al promover el rechazo a la depreciación acelerada, Allamand estuvo animado ante todo por el deseo de dañar al Gobierno y contribuir a su futuro desalojo; pero es probable que estuviera a la vez motivado por el deseo inconsciente de tomarse la revancha y de sentir, siquiera por un momento, que el tiempo, que todo lo cura, comenzaba ahora a reivindicarlo.
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