Esta profundamente equivocada Cristina Bitar. Si importan metros más y metros menos. La geopolitica de los extremos limitrofes en Chile es de enorme valor más que cualquier negociación comercial y de competencia exterior. Sin la primera sana y estable no se da la segunda.
Su planteamiento es vender el alma al diablo....es antichileno y provocador innecesario
Chile ha manifestado que no tiene cuestiones limitrofes con el Perú.
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Es más lo que nos une
Cristina Bitar |
| Cristina Bitar |
El informe de la fiscal de la Corte Suprema que recomienda acceder a la extradición solicitada por el gobierno del Perú del ex Presidente Fujimori ha vuelto a poner la atención sobre las relaciones con nuestro vecino del norte. Una vez más aparecen nubarrones negros que amenazan con tormenta.
Un posible diferendo en la Corte Internacional de La Haya, por el límite marítimo, y la próxima resolución del juez y de la Corte Suprema chilena, sea cual fuere, son hechos muy fuertes, que parecen capaces de dar argumentos a quienes siguen aferrados a una errada lógica de confrontación y reivindicaciones entre Chile y Perú.
El salto al desarrollo no es sólo un problema de políticas económicas, es antes que nada una cuestión cultural y de conocimiento. Las épocas en que se pensaba que la riqueza provenía exclusivamente de fuentes naturales están en el pasado. Hoy, sabemos que el progreso se funda principalmente en el capital humano, en el conocimiento, en la capacidad gerencial, en las políticas públicas correctas y bien aplicadas. Los que crean valor y, por ende, bienestar para la sociedad, son las personas. Europa entendió esto hace muchas décadas y eso le permitió dejar atrás dos guerras mundiales atroces. La lógica de los imperios militares dio lugar a una lógica de la integración y ello trajo como consecuencia la virtual desaparición de las fronteras.
Ese es el ejemplo del que nosotros debemos aprender. Nuestra riqueza y nuestro desarrollo no dependen de que una frontera se desplace unos metros más allá o más acá. El mundo es hoy infinitamente más grande y competitivo que hace cien o ciento cincuenta años. Hoy, Chile no necesita competir con Perú, ni Perú con Chile; actualmente, ambos países se enfrentan a una competencia feroz con los tigres asiáticos, con India, con China, con las barreras de entrada a nuestros productos en los países desarrollados, que son siempre una amenaza latente, y por eso, como continente, necesitamos ser capaces de ampliar mercados y hacer oír nuestra voz. En el objetivo de llegar a ser países desarrollados, a Chile le conviene que Perú crezca y a Perú le conviene que Chile haga lo mismo. Además, reconozcamos la verdad: son muy pocos los países sudamericanos que están avanzando. El populismo, la irresponsabilidad y las amenazas a los valores democráticos se asoman de nuevo por nuestro barrio.
Chile, primero, y Perú, después, son países que empezaron a hacer las cosas bien. Derrotaron la amenaza terrorista, contuvieron el riesgo del narcotráfico, aplicaron políticas económicas bien orientadas.
El crecimiento de Perú en los últimos años es un dato importante de tener presente. El tono que marcaron los presidentes García y Bachelet marcó un momento de esperanza para todos los que creemos que es posible darle un giro a la historia, los que soñamos con la integración, con el desarrollo conjunto, con la ampliación recíproca de nuestros mercados, con la unión cultural, con dos países y pueblos que pueden apoyarse y potenciarse en valores comunes, marcando un rumbo al resto de nuestro subcontinente. Para los que seguimos de cerca lo que sucede en Perú, el gobierno del Presidente García ha sido una luz de esperanza, en el sentido de que se puede consolidar la democracia, el crecimiento económico y avanzar hacia la transparencia. Sobre esos pilares Europa resurgió de las cenizas. Sobre esos mismos pilares, y no sobre conflictos estériles, Chile y Perú pueden decirle al resto del mundo que aquí en Sudamérica también se puede construir progreso, civilización y cultura cívica. Esta es una gran oportunidad: ya es mucho más lo que nos une que lo que nos divide.
Rodrigo González Fernández
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