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lunes, diciembre 21, 2009

Inocencia

Inocencia

P. Raúl Hasbún | Sección: Política, Sociedad
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03-foto-1-autorToda persona acusada de un delito tiene derecho a que se presuma su inocencia, mientras su culpabilidad no haya sido probada de acuerdo con la ley, en juicio público y con todas las garantías necesarias a su defensa.

Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra interferencias o ataques a su honra y reputación. Así se lee en los arts. 11 y 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, reproducidos en los arts. 6 y 11 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos; texto, este último, que forma parte de nuestra preceptiva constitucional.

El Beato Papa Juan XXIII, en su Encíclica Pacem in Terris, enfatizó que esos derechos de toda persona son naturales, inviolables e irrenunciables.

Nuestro Catecismo ( nº 2477-2479) exige el respeto a la reputación y prohíbe toda actitud y palabra susceptibles de causar un daño injusto, como sucede en los juicios temerarios que admiten un defecto moral en el prójimo sin tener fundamento suficiente.

Para hacer eficaces estas garantías explícitas, nuestro ordenamiento jurídico prohíbe al Presidente de la República y al Congreso ejercer, en caso alguno, funciones propias del Poder Judicial. Menos aún puede reconocerse a medios de prensa la facultad de pronunciar juicios de culpabilidad y lesionar con ello la honra de personas, estando pendiente o ausente una convicción debidamente probada y sin que se haya dictado sentencia de término en el único foro que las naciones civilizadas habilitan para declarar lo que es justo y quién merece reproche penal.

Las declaraciones de los actuales titulares de la Presidencia de la República y Ministerio de Justicia, dando mediáticamente por establecida la ocurrencia de hechos delictuosos y la culpabilidad de quienes recién serán sometidos a proceso, violan en forma directa y grave los referidos Derechos Humanos fundamentales. Configuran, además, una abusiva intromisión en materias que les están vedadas, y restan credibilidad a la independencia de los magistrados llamados a ponderar los hechos y aplicar el derecho.

Para calificar como homicidio la muerte de un paciente, el juez instructor sostiene que le fueron inoculadas substancias tóxicas que aplicadas en pequeñas dosis y espaciadas en el tiempo deprimirían el sistema inmunológico, favoreciendo la aparición de "bacterias oportunistas" que ocasionaron el deceso.

Es oportuno cotejar este modus operandi (calificado como homicida) con el de la píldora del día después. Ella no sólo transforma el útero en ambiente hostil o refractario al embrión, ocasionando su expulsión, sino además devora literalmente la glucosa que aquél necesita para nutrirse y crecer. Es casi imperceptible, como dice el juez instructor, pero el paciente queda condenado a muerte por expulsión y por hambre.

Nuestros Poderes Ejecutivo y Legislativo pretenden legalizar esta "casi imperceptible" forma de matar a miles de inocentes.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.

FUENTE:
Saludos,
 
RODRIGO  GONZALEZ  FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
DIPLOMADO EN GESTION DEL CONOCIMIMIENTO DE ONU
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La acción política debe estar unida a la verdad objetiva

La acción política debe estar unida a la verdad objetiva

Benedicto XVI | Sección: Política, Religión
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02-foto-11Ofrecemos a continuación la catequesis pronunciada por el Papa durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI con peregrinos procedentes de todo el mundo.

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Queridos hermanos y hermanas,

hoy vamos a conocer la figura de Juan de Salisbury, que pertenecía a una de las escuelas filosóficas y teológicas más importantes del medioevo, la de la catedral de Chartres, en Francia. También él, como los teólogos de los que he hablado en las pasadas semanas, nos ayuda a comprender cómo la fe, en armonía con las justas aspiraciones de la razón, empuja al pensamiento hacia la verdad revelada, en la que se encuentra el verdadero bien del hombre.

Juan nació en Inglaterra, en Salisbury, entre el año 1100 y el 1120. Leyendo sus obras, y sobre todo su rico epistolario, podemos conocer los hechos más importantes de su vida. Durante doce años, entre 1136 y 1148, se dedicó a los estudios, frecuentando las escuelas más cualificadas de la época, en las que escuchó las lecciones de maestros famosos. Se dirigió a París y después a Chartres, ambiente que marcó mayormente su formación y del que asimiló su gran apertura cultural, el interés por los problemas especulativos y el aprecio por la literatura. Como sucedía a menudo en aquel tiempo, los estudiantes más brillantes eran requeridos por prelados y soberanos, para ser sus estrechos colaboradores. Esto le sucedió también a Juan de Salisbury, que fue presentado por un gran amigo suyo, Bernardo de Claraval, a Teobaldo, arzobispo de Canterbury –sede primada de Inglaterra–, el cual lo acogió de buen grado en su clero. Durante once años, entre 1150 y 1161, Juan fue secretario y capellán del anciano arzobispo. Con celo infatigable, mientras seguía dedicándose al estudio, llevó a cabo una intensa actividad diplomática, trasladándose en diez ocasiones a Italia, con el objetivo específico de cuidar las relaciones del Reino y de la Iglesia de Inglaterra con el Romano Pontífice. Entre otras cosas, en esos años el Papa era Adriano IV, un inglés que tuvo con Juan de Salisbury una estrecha amistad. En los años consecutivos a la muerte de Adriano IV, sucedida en 1159, en Inglaterra se creó una situación de grave tensión entre la Iglesia y el Reino. El rey Enrique II, de hecho, pretendía afirmar su autoridad sobre la vida interna de la Iglesia, limitando su libertad. Esta toma de postura suscitó las reacciones de Juan de Salisbury, y sobre todo la valiente resistencia del sucesor de Teobaldo en la cátedra episcopal de Canterbury, santo Tomás Becket, que por este motivo fue al exilio, en Francia. Juan de Salisbury lo acompañço y permaneció a su servicio, trabajando siempre por la reconciliación. En 1170, cuando tanto Juan como Tomás Becket habían vuelto ya a Inglaterra, este último fue asaltado y asesinado dentro de su catedral. Murió como mártir y como tal fue en seguida venerado por el pueblo. Juan siguió sirviendo fielmente también al sucesor de Tomás, hasta que fue elegido obispo de Chartres, donde permaneció desde 1176 hasta 1180, año de su muerte.

02-foto-21De las obras de Juan de Salisbury quisiera señalar dos, que son consideradas sus obras maestras, y que están designadas elegantemente con los títulos griegos de Metaloghicón (En defensa de la lógica) y el Polycráticus (El hombre de Gobierno). En la primera obra él –no sin esa fina ironía que caracteriza a muchos hombres cultos– rechaza la postura de aquellos que tenían una concepción reduccionista de la cultura, considerada como vacía elocuencia, palabras inútiles. Juan en cambio elogia la cultura, la auténtica filosofía, es decir, el encuentro entre pensamiento fuerte y comunicación, palabra eficaz. Él escribe: "Como de hecho no sólo es temeraria, sino también ciega la elocuencia no iluminada por la razón, así la sabiduría que no se emplea en el uso de la palabra no sólo es débil, sino en cierto sentido se trunca: de hecho, aunque quizás una sabiduría sin palabra pueda aprovechar de cara a la propia conciencia, raramente y poco aprovecha a la sociedad" (Metaloghicón 1,1, PL 199,327). Una enseñanza muy actual. Hoy, la que Juan definía "elocuencia", es decir, la posibilidad de comunicar con instrumentos cada vez más elaborados y difundidos, se ha multiplicado enormemente. Con todo, tanto más sigue siendo urgente la necesidad de comunicar mensajes dotados de "sabiduría", es decir, inspirados en la verdad, en la bondad, en la belleza. Esta es una gran responsabilidad, que interpela en particular a las personas que trabajan en el ámbito multiforme y complejo de la cultura, de la comunicación, de los media. Y este es un ámbito en el que se puede anunciar el Evangelio con vigor misionero.

En el Metaloghicón Juan afronta los problemas de la lógica, en sus tiempos objeto de gran interés, y se plantea una pregunta fundamental: ¿qué puede conocer la razón humana? ¿Hasta qué punto puede corresponder a esa aspiración que hay en cada hombre, es decir, la búsqueda de la verdad? Juan de Salisbury adopta una postura moderada, basada en la enseñanza de algunos tratados de Aristóteles y de Cicerón. Según él, ordinariamente la razón humana alcanza conocimientos que no son indiscutibles, sino probables y opinables. El conocimiento humano –esta es su conclusión– es imperfecto, porque está sujeto a la finitud, al límite del hombre. Sin embargo, éste crece y se perfecciona gracias a la experiencia y a la elaboración de razonamientos correctos y concretos, capaces de establecer relaciones entre los conceptos y la realidad, gracias a la discusión, a la confrontación y al saber que se enriquece de generación en generación. Sólo en Dios hay una ciencia perfecta, que se comunica al hombre, al menos parcialmente, por medio de la Revelación acogida en la fe, por lo que la ciencia de la fe, despliega las potencialidades de la razón y hace avanzar con humildad en el conocimiento de los misterios de Dios.

El creyente y el teólogo, que profundizan en el tesoro de la fe, se abren también a un saber práctico, que guía las acciones cotidianas, es decir, a las leyes morales y al ejercicio de las virtudes. Escribe Juan de Salisbury: "La clemencia de Dios nos ha concedido su ley, que establece qué cosas nos son útiles conocer, y que indica cuánto nos es lícito saber de Dios y cuánto es justo indagar… en esta ley, de hecho, se explicita y se hace manifiesta la voluntad de Dios, para que cada uno de nosotros sepa lo que es para él necesario hacer" (Metaloghicón 4,41, PL 199,944-945). Existe, según Juan de Salisbury, también una verdad objetiva e inmutable, cuyo origen es Dios, accesible a la razón humana y que tiene que ver con la actuación práctica y social. Se trata de un derecho natural, en el que las leyes humanas y las autoridades políticas y religiosas deben inspirarse, para que puedan promover el bien común. Esta ley natural se caracteriza por una propiedad que Juan llama "equidad", es decir, la atribución a cada persona de sus derechos. De ella descienden preceptos que son legítimos para todos los pueblos, y que no pueden en ningún caso ser abrogados. Esta es la tesis central del Polycráticus, el tratado de filosofía y de teología política, en el que Juan de Salisbury reflexiona sobre las condiciones que hacen posible la acción de los gobernantes justa y consentida.

Mientras otros argumentos afrontados en esta obra están ligados a las circunstancias históricas en las que fue compuesta, el tema de la relación entre ley natural y ordenamiento jurídico-positivo, mediado por la equidad, es aún hoy de gran importancia. En nuestro tiempo, de hecho, sobre todo en algunos países, asistimos a un desapego preocupante entre la razón, que tiene la tarea de descubrir los valores éticos ligados a la dignidad de la persona humana, y la libertad, que tiene la responsabilidad de acogerlos y promoverlos. Quizás Juan de Salisbury nos recordaría hoy que son conformes a la equidad sólo esas leyes que tutelan la sacralidad de la vida vida humana y rechazan la licitación del aborto, de la eutanasia y de las experimentaciones genéticas sin límites, esas leyes que respetan la dignidad del matrimonio entre un hombre y una mujer, que se inspiran en una correcta laicidad del Estado –laicidad que comporta siempre la salvaguarda de la libertad religiosa– y que persiguen la subsidiariedad y la solidaridad a nivel nacional e internacional. De lo contrario, acabaría por instaurarse la que Juan de Salisbury define como "la tiranía del príncipe" o, diríamos nosotros, "la dictadura del relativismo": un relativismo que, como recordaba hace unos años, "no reconoce nada como definitivo y deja como última medida sólo al propio yo y sus antojos" (Missa pro eligendo Romano Pontifice, Homilía, "L'Osservatore Romano", 19 abril 2005).

02-foto-31En mi Encíclica más reciente, Caritas in veritate, dirigiéndome a los hombres de buena voluntad, que se empeñan para que la acción social y política nunca sea desenganchada de la verdad objetiva sobre el hombre y sobre su dignidad, escribí: "La verdad y el amor que ésta comporta no se pueden producir sólo se pueden acoger. Su fuente última no es, no puede ser, el hombre, sino Dios, o sea, Aquel que es Verdad y Amor. Este principio es muy importante para la sociedad y para el desarrollo, en cuanto que ni una ni otro pueden ser sólo productos humanos; la misma vocación al desarrollo de las personas y de los pueblos no se funda en una sencilla deliberación humana, sino que está inscrita en un plan que nos precede, y que constituye para todos nosotros un deber que debe ser libremente acogido" (n. 52). Este plan que nos precede, esta verdad del ser debemos buscarla y acogerla, para que nazca la justicia, pero podemos encontrarlo y acogerlo sólo con un corazón, una voluntad, una razón purificados en la luz de Dios.



Nota: La traducción del italiano es de Inma Álvarez.
© Libreria Editrice Vaticana

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Muertos y adobes

Muertos y adobes

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Política
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01-foto-1-autor1Se pone la atención en los que llegan al Parlamento, porque obviamente les tocará una tarea destacada y exigente.

Pero no se debe olvidar a los que se van, porque pesa sobre ellos la atracción del vacío, la que puede llevarlos a las más variadas reacciones.

Por una parte, Enríquez-Ominami enfrenta la más triste de las realidades: tiene un capital del 20%, no quiere comprometerlo para el 17 de enero y, cuando quiera invertirlo a mediados del 2010, se le habrá diluido como nieve de octubre. Sin parlamentarios, sin partidos, sin prensa, bye, bye, boy, a pesar de sus arrebatos.

Por otra, Adolfo: aunque sólo sean tres sus parlamentarios, puede articularlos para que se constituyan en minoría decisiva. Para eso, debe evitar que la tentación democristiana que revivirá en ellos se convierta en pecado. Sin senaturía, su posición es mucho más precaria, pero con trabajo podría hacer del PRI una fuerza equivalente al PC y al PRSD. No es poco, pero para lograrlo deberá esforzarse mucho.

Gazmuri y Naranjo sí que lo van a pasar mal si no encuentran su lugar adecuado. Quizás trabajen como enlaces con los comunistas, ya que para muchos PS su propia baja y la llegada de los hermanos separados al parlamento es una oportunidad de pololeo que difícilmente dejarán pasar. Por algo Arrate ya recorrió ese camino.

A su vez, Álvarez y Forni, con 20 y más años de guzmanismo a su haber, debieran comprender que la elección perdida, puede ser batalla ganada si en vez de dedicarse a la actividad privada, vuelcan toda su experiencia y vitalidad, toda su excelencia y generosidad, a formar a jóvenes que los admiran y que quieren imitar sus compromisos.

Ninguno está muerto, a ninguno sólo le queda cargar adobes

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